La obra magna de Amadeo Vives lo tiene todo. Es más; lo celebra todo. Esta zarzuela, gran seña del género grande, contiene pasajes vibrantes y corales que su música complementa con detalles colorísticos y armonías danzarinas. Un tesoro entre las partituras de la historiografía musical hispánica que, en este caso, es llevada a cabo de manera íntegra (y coherente), sus partes habladas y cantadas, al escenario del Palau de la Música.

Entre romanzas y fandangos, el Madrid romántico se despliega en unas calles y casitas recreadas en miniatura, con unos paisanos que visten toda la paleta de colores que uno pueda imaginar y que recrean la esencia fidedigna de un imaginario carnavalesco de la España decimonónica. Rita Cosentino y Jordi Galobart firman una sencilla pero apuesta escenificación donde recrean la viveza colorida del contexto de los protagonistas; transitan por escenarios costumbristas y visten tradición coqueta, siendo una festividad a la expresión de las clases populares y, como dijo Vives, a la “vida interior del pueblo madrileño”. No tiene más, pero tampoco le falta nada.

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Función semiescenificada de Doña Francisquita en el Palau de la Música
© Lorenzo Duaso | Fundació Òpera a Catalunya - Orquestra Simfònica del Vallès

El reparto para defender la obra respondió a la expectativa de cualquiera que quisiera disfrutar de una zarzuela en mayúsculas. Ruth Terán ha sido una Francisquita presumida, grácil, envolvente y pletórica. Su capacidad de canto ligero le ha hecho brillar en exposición de coloraturas resolutivas, ágiles y refinadas. Su dominio técnico en el registro para las exigencias de los agudos, acompañado de un timbre saleroso, le ha dado comodidad en una interpretación elegante del personaje. Enrique Ferrer fue un Fernando seguro en las medias voces; con extensión y posesión de un buen fraseo (su gran fuerte), perfiló un canto armonioso que fue mejorando en ataques y cambios de color en los agudos, a veces, falto de proyección y jugando con las exaltaciones del sonido. Y es que el protagonismo masculino recayó en Cardona, interpretado por un Vicenç Esteve en estado de gracia. Su luminosidad en los pasajes y en los cambios de registro, con una fluidez natural acompañado de un dominio dramático absoluto, hizo que los ojos se declinasen hacia él como favorito. Laura Vila dio vida a una Aurora de vibrato en graves, carismática para un rol que demanda tanto variabilidad como determinación para resolver con equilibrio exacto la naturaleza del personaje. Más comedido fue el Don Matías de Enric Martínez-Castignani, de carácter más reservado y discreto. Cabe decir por ello, que no en todos los casos se da, que hubo un dominio generalizado del timbre vocal.

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Ruth Terán (Francisquita) y Vicenç Esteve Madrid (Cardona)
© Lorenzo Duaso | Fundació Òpera a Catalunya - Orquestra Simfònica del Vallès

El buen resultado de todo ello vino también de la mano de Miquel Ortega, quien llevó una dirección orquestal donde predominaban las melodías circundantes y una instrumentación colorida. Conocedor de la obra, Ortega supo disponer de un equilibrio entre secciones y extraer la riqueza de la partitura en una lectura meticulosa a la vez que pasional. Los tempi fluidos y la flexibilidad del sonido por conocimiento del tratamiento de la voz fueron un rango más añadido a su batuta. El Cor d’Amics de l’Òpera de Sabadell contribuyó al final cualitativo con un trabajo empastado con buena dicción, interviniendo en escena con sentido dramático y jugando con los números coreográficos.

Con un planteamiento escénico adecuado y vivo, los cien años que ha cumplido Doña Francisquita este 2023 poco se notan; gran reparto que posibilitó el mejor de los planteamientos y una Orquestra Simfònica del Vallès que respondieron con semejanza. La celebración está asegurada.

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