La escritura orquestal expandida y desarrollada en todos los sentidos musicales fue el eje por el que transitaron la fantasía y los juegos poéticos de oberturas, suite y movimientos del ballet. La Obertura de Las criaturas de Prometeo de Beethoven fue la obra elegida para recibir, por primera vez, la Orquesta de Extremadura al maestro Christoph Eschenbach. Los precisos acordes iniciales en los vientos, formulados con robustez y solemnidad, impregnarían al resto de la pieza. Rasgos acrecentados por gestos precisos, que permitían una pulcra corrección en las transiciones de voces. La ejecución terminó resaltando la fuerza, algo comedida, de las cuerdas frente a los vientos a través de los subrayados crescendo. Esta contención nos capturó y, además, sirvió para potenciar el tejido orquestal del resto de la velada.

En la Suite de El cascanueces, op. 71a de Chaikovski se continuó con un nivel uniforme en el conjunto, el cual vino dado por una perfecta planificación de los clímax, recibiendo todos la misma atención. Desde la Obertura miniatura se percibió un equilibrio justo, conseguido mediante un fraseo brillante que recibía los apoyos necesarios. A estas marcas melódicas se sumaron unos gráciles recorridos dinámicos que moldeaban el discurso hacia la parte central del movimiento. Esto supuso una inflexión frente a un tempo algo acelerado y que derivó, a su vez, en apreciar el carácter propio de cada danza popular. En el Vals de las flores, la comunión entre la orquesta y la dirección fue espléndidamente desarrollada: la solvencia al manejar y reforzar con gusto la tensión y los tempi en el tutti, así como el estupendo trabajo de las cuerdas graves fueron los mejores aliados para alcanzar fluidez y equilibrio. La suite se cerró con el protagonismo melódico de cada sección tímbrica a través del brillante trabajo de cada grupo instrumental.
Si hasta aquí vimos como el temple y la firmeza de cada gesto de Eschenbach derivaba en un discurso musical muy trabajado, en la segunda parte, con la Sinfonía fantástica, de Berlioz, esto se vio fue multiplicado en cuanto a la relación orquestal. Como si de un artesano se tratase, asisitimos a la construcción de un abapullante edificio sonoro.
A este resultado contribuyó, en primer lugar, la magnífica conexión entre el conjunto extremeño y el director alemán y, en este caso, también un tempo más justo que permitió apreciar los contrastes entre texturas en el primer movimiento. En el segundo y tercer movimientos destacaron las bellas dinámicas, muy controladas, pero, sobre todo, el entresacar las melodías secundarias en las cuerdas, que hacía más apreciable la densidad y el resto de capas sonoras. Sin embargo, fue el último movimiento el que coronó la construcción que se venía gestando. Se alcanzó al mantener cierta unidad entre los cambios de ritmo y las variaciones de tempo, por un lado, y por hacer audible el exquisito duelo de tensión y oscuridad entre los diferentes grupos instrumentales, por otro, con un elegante resultado en los sforzando, trémolos y staccato. Un final rotundo al que el público respondió de manera efusiva.
Eschenbach acometió unas lecturas sin excesos y, gracias a una dirección clara y magnífica, consiguió un conjunto íntegro y metamorfosear el carácter musical de cada obra.