Noche de retornos a la temporada de la Sinfónica de Galicia. El más esperado, el de la Orquesta Nacional de España que tras décadas de ausencia llegaba a La Coruña con una amplísima plantilla para abordar un programa marca de la casa, combinando la más rabiosa creación contemporánea española con el gran repertorio sinfónico postromántico. Al frente, su director titular David Afkham, a quien hasta la fecha sólo lo habíamos podido ver en el Palacio de la Ópera justo hace diez años. Por su parte, Benet Casablancas y Leticia Moreno retornaban tras visitas más recientes. En su conjunto, muchos alicientes para disfrutar de una nueva orquesta invitada en la temporada de la OSG.
The Door in the Wall (H. G. Wells), el nuevo concierto para violín de Casablancas suscitaba especial interés, pues ha supuesto la primera inmersión en el género de uno de los compositores españoles más sólido y universal de las últimas décadas. Obra extremadamente exigente, contó con una solista de excepción, quien demostró una absoluta interiorización de la partitura; lo cual fue especialmente evidente en los momentos más azarosos que la noche le depararía. Como es habitual en Casablancas, escritura orgánica, construida sobre entreveradas texturas que aprovechan al máximo las posibilidades expresivas de todas las secciones de la orquesta. Y no menos importante que la abrumadora técnica orquestal, es la capacidad sin par de Casablancas para contactar con el oyente receptivo, creando emociones y palpitaciones continuas. Estas convirtieron el concierto en un apasionante viaje musical.
Los dos primeros cataclísmicos clímax de la obra que anteceden al Notturno, fueron perfectamente realizados por Afkham y la ONE, pero no resultó menos impactante el lirismo onírico del hermosísimo movimiento lento, rebosante de sonoridades fascinantes, y en el que la voz de la solista se convierte en protagonista de un ensoñador relato de las mil y unas noches. Su voz encuentra respuesta en las difuminadas y envolventes melodías de las cuerdas y las maderas, creando un sensual contexto que fue interrumpido de forma absolutamente sobrecogedora por un desgarrador acorde de la cuerda grave. Éste da paso a un nuevo explosivo tutti, inicio del Finale y magníficamente construido por los músicos de la ONE. Tras la amplia y única cadencia de la obra, justo antes de encarar el apoteósico último climax de la partitura, el azar y las exigencias de la obra quisieron que a la solista se le rompiese una cuerda. Vuelos de instrumentos entre los primeros atriles para reemplazar primero el violín y luego la almohada de la solista, durante los cuales Moreno canturreaba en voz alta sus notas para no perder el hilo del discurso musical. Fue un momento atípico, uno más en una obra repleta de emociones.
Tampoco decepcionó la Sexta de Bruckner de Afkham. Director y orquesta han desarrollado un sonido denso y profundo, especialmente exultante en los metales y muy preciso y disciplinado en las cuerdas. Si a esto unimos el elevado número de intérpretes –¡12 violas y 10 violonchelos!–, está claro que los protagonistas de la interpretación fueron los ritmos vigorosos y las densas texturas orquestales tan típicas del compositor de Ansfelden. Obviamente, la ONE no tuvo ningún problema para lidiar con la acústica del Palacio; pero en los momentos más climáticos del Majestoso y del Final, sí eché en falta un mayor refinamiento en los ataques, y en general una mejor integración de los elementos enérgicos y líricos de la obra. Estos últimos, en manos de Afkham estaban teñidos de una cierta ansiedad, un tanto atípica en esta apacible sinfonía. Incluso en el Andante, con sus largas frases sabiamente moldeadas por Afkham, se percibía una tensión subyacente. La culminación del movimiento, en la hermosísima escala descendente de la cuerda, fue muy bien realizada, muy especialmente en su ataque. Un mecanicista Scherzo y una nueva exhibición de músculo por parte de la orquesta en el Final coronaron una muy amena segunda parte que nos permitió apreciar el gran estado de forma de nuestra Orquesta Nacional.