Predestinada a ser uno de los puntos álgidos de la temporada, la monumental Sexta sinfonía de Gustav Mahler protagonizó un triunfal retorno a los atriles de la Orquesta Sinfónica de Galicia. Música que la OSG lleva en su ADN gracias a sus interpretaciones de antaño con Víctor Pablo Pérez y Slobodeniouk; sigue siendo un reto de primer orden dar vida de forma creíble a una obra que desafió a su tiempo con su innovadora estructura y su sofisticada narrativa autobiográfica. La semana no comenzó con buenos auspicios por la cancelación de Orozco-Estrada; sin embargo, la fortuna sonrió con la llegada de Thomas Dausgaard, recién nombrado principal invitado de la Orquesta y Coro RTVE. Aunque éste no posee un catálogo especialmente extenso de grabaciones mahlerianas, su conocimiento enciclopédico del efervescente arranque del siglo XX prometía una interpretación de alto calibre, incluso considerando el limitado tiempo de ensayo disponible.
El Allegro energico ma non troppo definió el carácter de la interpretación con un tema marcial, heroico y en absoluto reticente, en el que Dausgaard extrajo una sonoridad poderosa de los bajos. El segundo tema, de Alma, fue intencionadamente suave y sensual. De entrada, fue evidente que el sonido orquestal, tan crucial para Mahler, se impondría a las limitaciones de la sala, llegando de forma impactante y masiva al público. A pesar de la magnitud de la orquesta desplegada, la obra presenta incontables pasajes en los que los solistas se exponen con la máxima vulnerabilidad. Este es el caso del primer solo de trompeta, con su endiablado sobreagudo, que sin embargo fue expuesto por el joven principal, Manuel Fernández, con una seguridad pasmosa. El vigoroso desarrollo insufló vida a un movimiento rebosante de matices y siempre expresivo, conducido desde el podio con una gestualidad marcada, a priori algo confusa, pero con la que Dausgaard llegó a la esencia de cada pasaje. Fue clave la conexión natural entre el director y la orquesta, mediada por el concertino Spadano, quien aportó experiencia y lucidez. Sonido y furia mahleriana dieron paso al más sublime reposo con el central allmälich etwas gehaltener (gradualmente más reposado), protagonizado por una muy sutil y evocadora aparición de los cencerros y delicadísimos pasajes como el grazioso de los oboes (liderados por David Villa, infalible e inefable) o el bucólico diálogo entre trompa y violín. Con la recapitulación Dausgaard generó el máximo contraste, desatando en la coda una fuerza atávica, más allá de lo controlable, que llevó al público al borde de sus asientos.
Como la mayoría de los directores contemporáneos, Dausgaard optó por el orden Andante-Scherzo, disposición final y única que Mahler empleó en sus interpretaciones de la obra, pero también movido por la idea de crear un necesario relax para público y músicos tras el extenuante Allegro. La fascinación de Dausgaard por el Andante se reflejó en una interpretación marcada por el trazado de un perfecto crescendo de inicio a fin, con dinámicas cuidadosamente graduadas, penetrantes glissandi y una expresión en ningún momento edulcorada. Todo culminó en un extático ascenso a la cima final, con algunos de los solos no del todo afortunados. El Scherzo recuperó la atmósfera inicial, pero en este caso acentuada en su mordacidad e ironía. Caleidoscópico en sus tríos, Dausgaard se inclinó por la inocencia en la recreación de los juegos de infantiles y lo ominoso en la presentación del tema de Faffner.
En el Finale, el Sostenuto introductorio con su violento tutti y su atmósfera onírica surgió pleno de nervio y carácter. Como toda la noche, milagrosa la tuba de Jesper Nielsen, en el que es el mayor reto de su repertorio. Como era de esperar, Dausgaard desató de forma excitante los tres Allegro energico realzados por los dos golpes de martillo de Jose Trigueros: brillantísimo en términos de sonido y puesta en escena. Sin embargo, el pasaje más impactante fue el retorno del Sostenuto, abrumador en sonoridades y reverberaciones hipnóticas y enigmáticas. En la coda, impecable el tutti final, pero hubiese deseado una mayor prolongación del morendo de la trompeta, para realzar la particular pregunta sin respuesta mahleriana.
En resumen; si acometer la tarea de dar vida a una Sexta de Mahler técnicamente perfecta es una tarea hercúlea, evocar un mundo sonoro que refleje la visión de Mahler roza lo milagroso. Dausgaard, consumado conocedor de la música de esa era, se aproximó a esta utopía, dando vida con la OSG a una Sexta excepcional.