La Séptima sinfonía de Mahler no es precisamente un plato fácil de servir, ni siquiera para una orquesta con una sólida tradición mahleriana como la Orquesta Sinfónica de Galicia, que sin embargo, sólo la ha interpretado en una ocasión, hace diecinueve años. Objeto de controversia debido a su compleja instrumentación y a su narrativa peculiar, Deryck Cooke la consideró en su momento la "Cenicienta" del repertorio mahleriano. Pero estamos ante una obra maestra que triunfó en su estreno y sigue triunfando en la actualidad. Al menos eso es lo que he vivido en mi experiencia en concierto de la mano de directores como Gary Bertini, James Judd, Ingo Metzmacher, Paavo Järvi, Carlos Kalmar y la más reciente con Semyon Bychkov.

Giancarlo Guerrero © Tony Matula
Giancarlo Guerrero
© Tony Matula

Lo dicho no es óbice para reconocer que la Séptima plantea un desafío de máxima exigencia al que muchos directores conscientemente evitan enfrentarse. Giancarlo Guerrero fue el responsable de asumir el reto en La Coruña. Es una batuta habitual de la orquesta y aunque en sus primeras visitas el costarricense estaba más orientado hacia el repertorio latinoamericano, más recientemente programó suites orquestales de óperas de Strauss que ahora han devenido en la que es la obra mahleriana instrumental de carácter más operístico, tal como reflejan sus citas a Los maestros cantores o a La viuda alegre

Guerrero presentaba de antemano no pocas cualidades para dar vida a esta monumental obra. Director extrovertido y enérgico que tiene la capacidad de transmitir su visión de la música a los músicos de forma efectiva, es también un trabajador incansable en los ensayos, perfeccionista al máximo. Demostró un profundo conocimiento de la partitura, resaltando de manera enfática los pasajes más críticos de la obra y concentrándose plenamente en las secciones orquestales clave en cada momento. Sin embargo, su extroversión no fue probablemente lo más adecuado para el densísimo primer movimiento, en su mano extremo en tempo y dinámicas, y culminado en una coda que rozó lo circense. Su duración de veintiún minutos fue sintomática. En la discografía de la obra esta minutación se situaría en el extremo más vertiginoso, en las antípodas de Otto Klemperer quien estira el primer movimiento hasta casi los 28 minutos. Aunque la duración tenga un valor relativo, la premura se unió a lo arrebatado de una interpretación que hizo que el primer movimiento fuese un amplio punto y aparte, cerrado en sí mismo, en lugar de dejar interrogantes en el aire que deberían desarrollarse en los próximos sesenta minutos.

Afortunadamente, a pesar de las reservas respecto al primer movimiento, el resto de la interpretación demostró una lucidez excepcional desde el podio. Dos magníficas Nachtmusik, en las que Guerrero capturó de manera cautivadora la esencia nocturna y evocadora de estas secciones y un Scherzo emocionante por su marcado carácter onírico y expresionista. Pero fue en el Allegro ordinario final donde Guerrero brilló con luz propia, aportando coherencia y convicción. Cada nota resonó con energía y cada frase musical fue articulada con precisión, generando una sensación de celebración y triunfo, redondeando una interpretación apasionada y memorable.

Los músicos de la OSG merecen un reconocimiento especial en esta ocasión. Conocemos el altísimo nivel de todas sus secciones, pero en sinfonías como estas, el todo es mucho más importante que la suma de sus partes. Integrar la abrumadora escritura orquestal mahleriana en un ente orgánico que respire y vibre de forma perfectamente empastada y unísona no es nada fácil. Sin embargo, los músicos demostraron la lucidez y la sintonía necesaria para lograrlo por completo. Pero en esta obra es justo y necesario citar a la timbalera, Irene Rodríguez, precisa e intensa toda la noche y que en su solo del Final –el cual pone al instrumento al límite de su capacidad rítmica y dinámica–, mostró una seguridad inusitada, encarándolo de forma vertiginosa. Sólo un botón de muestra en lo que fue una gran labor de equipo que dio vida a una noche memorable de gran música.

****1