Buscando el frescor del interior de la roca, las faldas del Sacromonte de Granada están repletas de cuevas artificiales que sirven de morada para algunos de sus habitantes. Pero jamás me imaginaría a un rey, ya sea andalusí o castellano, construyendo su palacio en una gruta como aquel de la leyenda de Peer Gynt. Aquí nos gusta lo ostentoso, que se vea bien quién tiene el dinero y el poder, y por eso, en lugar de grutas construyeron los reyes moros, y después los cristianos, sus palacios con grandes patios en lo alto de la colina. Creo que Mahler se acerca más a la ostentación mediterránea que a la estoicidad nórdica: la fuerza de sus metales no se puede ocultar bajo una montaña.

En Angelus novus, Tomás Marco toma prestados algunos de esos arrebatos de fuerza en combinación con las delicadas melodías de las maderas, esos timbres mixtos y un uso casi prepotente de la percusión, que trasladan el estilo de Mahler a un lenguaje completamente nuevo. El resultado final es muy orgánico, los temas, o más bien “estilemas”, como menciona Pablo L. Rodríguez, se suceden con naturalidad, a veces superponiéndose unos a otros como las corrientes de agua que bajan por los canales de la Alhambra hasta encontrarse con el Darro. Contrastó la escucha con la vista, pues vimos a un Gustavo Gimeno metronómico y preciso con las entradas, indicador del trabajo de relojero que hay detrás de un sonido aparentemente natural.
Sin descanso atacó después la monumental Sinfonía núm. 6 en la menor, de Mahler. El trabajo por secciones que realizó la Orchestre Philharmonique du Luxembourg quedó patente desde la primera entrada de los violines primeros: contundente y absolutamente en bloque. Tal y como nos indica el propio Mahler, Allegro energico, este movimiento es un derroche de intensidad que Gimeno supo mantener y distribuir correctamente. Las cuerdas demostraron en toda la sinfonía una precisión milimétrica, sonando incluso más puntillistas en el Scherzo que la sección de maderas.
La percusión estuvo precisa y, en todo el sentido de la palabra, espectacular, siendo no solo agradable al oído, sino también a la vista en momentos como el golpe de platos en el Finale. Los metales realizaron una labor encomiable, potentes pero con el sonido redondo. Destacó especialmente la primera trompa, precisa y con un timbre dulce y taimado en los numerosos soli que este instrumento tiene a lo largo de la sinfonía. Pero lo más destacado de la velada, y así lo corroboró el público con una enorme ovación, fue el sonido del violín de la concertino: Seohee Min. Cada uno de sus solos sonó con la dulzura y la musicalidad del aria de una soprano, logrando mostrar un timbre capaz de lidiar con toda una orquestra malheriana –casi nada– sin producir la sensación más mínima de esfuerzo sobre las cuerdas.
Gimeno se movió sobre el podio con energía y elegancia, pero también sobriedad, sin movimientos innecesarios que pudieran distraer a los músicos. El resultado fue un Mahler religioso y potente, de gran calidad y adaptado a la acústica y a la solemnidad del patio del rey de la montaña.
El alojamiento en Granada para David Santana ha sido facilitado por el Festival de Granada.