No es infrecuente que los pianistas (y no sólo) no anuncien el programa que van a interpretar en sus recitales hasta pocos días antes del evento, o que haya variaciones de última hora. Lo que es menos habitual es que aun habiendo probablemente decidido las obras, se opte por no anunciarlo dando solamente a conocer los compositores que protagonizarán el concierto para luego informar, con una breve explicación, de las obras durante la velada. Así es la praxis que mantiene a menudo András Schiff, quien, en esta nueva visita granadina, ha elegido cuatro colosos del repertorio como Bach, Mozart, Haydn y Beethoven, trazando genealogías y filiaciones y en algunos casos proponiendo obras de rara frecuentación.
Schiff dejó claro su amor por Bach construyendo el bloque inicial con el Aria de las Variaciones Goldberg, el Capriccio sopra la lontananza del suo fratello dilettissimo (grabado al clavicordio en su último disco), la Suite francesa núm. 5 y el Concerto italiano. El Bach de Schiff es luminoso y jovial, tanto en la elección del repertorio come en las pautas interpretativas. Se denota la profunda interiorización al punto de parecer un Bach sencillo pero en realidad cuida todo los detalles y orienta intencionalmente el material hacia una lectura en la que el tono dramático se depone a favor de cierta jocosidad, como en las danzas de la Suite. Tal vez se echó de menos mayor enjundia en las obras escogidas hasta llegar al Concerto italiano, pero la interpretación de este fue sin duda rotunda, plasmando en el piano las sonoridades requeridas por el clave original y con pujante articulación y digitación.
Seguidamente Schiff ejecutó la Fantasia en do menor, K. 475 de Mozart. En este caso la interpretación abundó en el carácter dramático de la pieza, ligeramente en exceso, con sonoridades algo ampulosas y un uso del pedal innecesario en ciertos pasajes. Puede que fuera por marcar cierto contraste, pero es verdad que la pieza mozartiana sonó más bien desequilibrada. Para complementar la parte clásica, Schiff optó por las Variaciones en fa menor, Hob. XVII:6. El pianista húngaro las plasmó con elegancia y solemnidad, unos tempi sosegados, remarcando la profundidad armónica de esa tonalidad, y una serenidad que mostraba el arraigo clásico del compositor incluso por encima de esa tendencia al Sturm und Drang de la última época.
Pero la sorpresa mayor fue sin duda la parte beethoveniana. Schiff acometió la Sonata núm. 21 en do mayor “Waldstein” con decisión y energía, abandonando una cierta calma que había prevalecido en el resto del recital. Fue una lectura implicada emocionalmente pero sabiendo también introducir esos matices de delicadeza que distinguen al maestro de Budapest, como un segundo movimiento sólido en la estructura pero rico de resonancias y suspensiones tímbricas. En los movimientos extremos no faltó vigor y esa pizca de necesaria rabia en Beethoven, sobre todo en el primer movimiento, mientras que el Rondó final fue articulado por Schiff a través de contrastes tanto dinámicos como agógicos. Fue una lectura brillante en la que únicamente como punto negativo pudimos constatar cierta falta de fluidez en alguna que otra transición.
En conjunto, se trató de un recital extenso, sin pausa pero con diversas intervenciones explicativas (entre inglés e italiano), en las que Schiff mostró su faceta más afable y querida por el público y que combinaron bien sin romper el ritmo propio del concierto, el cual convenció rotundamente a los asistentes congregados en el Palacio de Carlos V que ovacionaron repetidamente al intérprete húngaro.
El Festival de Granada se hace cargo del alojamiento en la ciudad para Leonardo Mattana.