Se ha discutido mucho, a tenor de las grandes obras de Bach, acerca de la idoneidad de confiarse a una interpretación idiomática, es decir, de acuerdo a las tradiciones y medios de su época. Esto incluye, entre otras cosas, el uso de una formación reducida y el empleo de instrumentos antiguos y, además, en las partes con texto, el respeto por el original. En el otro extremo se encuentran los adalides de una interpretación con orquesta más numerosa, más propia de nuestras orquestas sinfónicas actuales, que son capaces de proyectar un sonido más monumental que las antiguas y que confían gran parte de su potencial expresivo a esta particularidad numérica. A Philippe Herreweghe se le ha reconocido como un defensor de lo primero, y de esta guisa, pertrechado de una orquesta reducida y de instrumentos "originales" se ha presentado en el Auditorio Nacional para ofrecer una sobrecogedora visión de La Pasión según San Mateo.

Y digo sobrecogedora porque al término de esta gran obra resultó probado que para expresar la magnitud de esta partitura no es necesario recurrir a los vastos potenciales sonoros, sino que, bien al contrario, es bastante un conjunto reducido capaz de aclarar las texturas instrumentales y vocales, y que pueda propiciar el clima contenido, reflexivo y dramático que le es propio a este episodio sagrado.

Los instrumentistas del Collegium Vocale Gent sobresalieron, sin duda, en esta habilidad para trazar con delicadeza sus líneas melódicas, diferenciando magistralmente sus intervenciones solistas de los acompañamientos en que ofrecían a los cantantes un contrapunto técnicamente impecable en el ritmo y en la articulación. Especialmente brillantes estuvieron los oboes Marcel Ponseele y Taka Kitazato, la concertino Christine Busch y la violagambista Romina Lischka.

Pero esta excelencia instrumental no se dio sólo por la evidente capacidad técnica de los músicos, sino, además, por la magistral conducción de Herreweghe. Y es que si bien al director, como norma, le corresponde la unificación de los criterios individuales de sus músicos, en este caso, Herreweghe propició un equilibrio generoso entre las jerarquías, permitiendo a sus músicos en numerosas ocasiones ser los dueños de su propia interpretación, no indicándoles más que el tempo adecuado para mantener la mesura.

No es fácil mantener este equilibrio en una obra integrada por partes pequeñas y que puede llegar, según quién la interprete, a las tres horas de duración; como tampoco lo es mantener la intensidad en una partitura que se mueve constantemente en el terreno de la inmediatez emocional. En La Pasión según San Mateo cada número tiene un impacto emocional por sí mismo, pero también como elemento constitutivo de algo mucho más grandioso. Herreweghe consiguió un todo coherente a través de un discurso muy bien hilado donde las pausas, lejos de propiciar un punto de reposo para los músicos o para el oyente, se presentaron como recursos declamatorios para propiciar la asimilación del material musical y la reflexión sobre el contenido narrativo.

A esta excelencia en la totalidad contribuyó el bajo Florian Boesch que presentó a un Jesucristo sereno, profundo y espiritualmente sosegado, si bien en las ocasiones pertinentes supo mostrarse enérgico y melancólico. No obstante, el peso de la narración lo llevó (¡y de qué manera!) Maximilian Schmitt como el Evangelista. El tenor evidenció una comprensión profunda del problema de la declamación, mostrando un fraseo y una intensidad escénica que redundaron en beneficio de los valores emocionales del texto. A esta enorme dificultad hay que añadir la falta de sustento instrumental que no experimentan los demás solistas, pues el Evangelista ha de ampararse solamente en el buen hacer del continuo.

Por su parte, tanto los solistas como los dos coros mostraron un gran nivel de excelencia y compromiso con la narración, ofreciendo una ductilidad y una proyección encomiables. Quepa destacar la intervención del contratenor Alex Potter no solo por sus capacidades vocales, parejas a las de sus compañeros, sino por sobresalir en sus habilidades para transmitir el discurso musical a los oyentes de una manera más generosa y menos contenida.

Así que no nos queda sino celebrar esta comunión excepcional entre el dramatismo de los episodios centrales de la Pasión de Cristo y la visión tremenda y reflexiva de Philippe Herreweghe y su formación, como medio para transmitir el mensaje redentor de esta obra maestra que Bach compuso, como siempre, "Ad maiorem Dei gloriam". 

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