Impresionante, por partida doble, el evento “primaveral” que nos ha ofrecido la SWR Symphonieorchester, bajo la indiscutible dirección de Andrés Orozco-Estrada. Lo anunciaba como “canto poético a la naturaleza” la web de La Filarmónica, pero este encabezado no debe llamarnos a engaño. No se trata de un programa contemplativo de alegres colores y suaves brisas, sino de dos visiones dispares, melódicas y enérgicas a partes iguales que retratan distintos acontecimientos que ocurren al aire, y que tienen diferentes dificultades.
Tal vez la dificultad mayor de la Sinfonía pastoral resida en el hecho de que, aún tratándose de una obra programática, conviene respetar los reparos que sentía el compositor por la música meramente descriptiva, y proceder a una interpretación musical sin grandes regodeos en lo efectista. De esta forma logró la formación “despertar alegres sentimientos” sin necesidad de leernos ni el programa ni los títulos de los episodios sinfónicos. Al contrario, consiguió Orozco-Estrada el efecto alegre y desenfadado perfilando un ritmo impecable y una distribución eficaz de los elementos melódicos entre los instrumentos. Dialogaron y se emularon constantemente, respondiéndose con soltura y desparpajo y creando un clima de aparente sosiego a través de un fraseo ligero y sin demasiados contrastes en el sonido.
Este contraste apareció con mayor notoriedad en el tercer movimiento, o la animada reunión de campesinos en la que, tal vez por dotar a la cosa de más brío, se decidió la formación por acompañar la algarabía percutiendo el suelo con el zapato, un recurso que aportó un mayor impulso al episodio. A continuación llegó la tormenta, bien acompasada por la percusión y la presencia de unos magníficos trombones; pero Orozco-Estrada se cuidó bien de no ofrecer una tormenta exagerada en el barullo y el sonido, sino expresada a través de un amplio abanico dinámico que en ningún momento llegó a distorsionar. Concluyó la Sinfonía con el luminoso Rondó de cierre, enunciado con precisión por los clarinetes y las trompas.
Tras el descanso descubrimos una nueva versión de esta singular orquesta. Así como en la Sinfonía de Beethoven Orozco-Estrada había sabido contener con excelencia la intensidad del sonido, ocurrió que en la Consagración de Stravinsky dio una mayor rienda para la fogosidad explosiva del personal, desequilibrándose de vez en cuando las intervenciones del flautín, y descoordinándose ocasionalmente la vertiginosa percusión. No obstante estos desajustes de precisión, asistimos a un festival de destreza instrumental (fagotes, oboes, clarinetes, flautas) y a otro de equilibrio rítmico notable que dotó a la obra de una energía desbordante.
Se aprecia con toda claridad que hay una conexión profunda entre esta orquesta y un director para el que el compromiso con la música es notorio. Antes de ofrecer como propina la novena variación de las Variaciones enigma (Nimrod) nos explicó el carácter expresivo y contenido de la pieza, y pidió amablemente que dejáramos un hueco de silencio tras la última nota. Agradecimos la propina, que nos permitió apreciar la belleza de esta pieza con independencia de su conjunto, y la visita de este director, a quien sin duda esperaremos para una próxima visita.