Siempre se dice que la música de Mozart es agradable de escuchar, toda vez que predominan las tonalidades mayores y el carácter espontáneo en su producción. Es por ello que más de uno se lleva una sorpresa cuando, enfrentado al Réquiem, no termina de conectar con la obra, por más que la marea social le impulse a sentir predilección por esta singular partitura. Evidentemente, el carácter de la Misa de difuntos ya predispone un afecto determinado, pero la realidad es que, siendo esta una obra inacabada, y habiendo sido completada o arreglada por distintos compositores a lo largo de la historia, siempre termina arrastrando los problemas propios de una estructura inhábil, o de una carencia de unidad, ambos defectos provocados por las incursiones de unos y otros.
Sin embargo, quienes hemos tenido la fortuna, o el acierto, de presenciar el concierto ofrecido por el Bach Collegium Japan, podemos sugerir que la versión presentada para esta ocasión es, con mucho, una de las mejores. Se trata de una versión completada por Masato Suzuki que, como se nos adelanta en el programa, resuelve problemas de orquestación y establece nuevos pasajes. Es brillante y creativa en este aspecto la fuga Amén con la que se enlaza el Lacrimosa que, en todo caso, está basada en los borradores que Mozart dejó para la fuga que debía encabezar este episodio. Le reconocemos a Masato Suzuki la maestría necesaria para combinar los elementos más tradicionales de la versión de Süssmayr con los más emocionales de la de Eybler, junto a su destreza para la composición de una fuga absolutamente idiomática, sensata y apropiada para el conjunto de la obra.

Además de las cualidades expresadas respecto a la versión presentada, se vio la obra mejorada, si cabe, por un interés menos riguroso en la oscuridad, y más interesado en la esperanza, a través de un enfoque rítmico bien impulsado y de la elección de unos tempi alejados de lo contemplativo, más presentes en el color y en la claridad del contrapunto. En este contexto, el director Masaaki Suzuki y la formación Bach Collegium Japan se beneficiaron, además, en el contexto vocal, de un coro y de unos solistas más implicados en la evidencia del conjunto que en la propuesta individual.
Rigió un enfoque parecido en el planteamiento de la Sinfonía número 40, en sol menor, sin duda una de las más conocidas y, tal vez por ello, una de las más difíciles de entender. No es el caso de un primer movimiento cuya estructura es cristalina; pero sí de un Andante que, en muchas ocasiones, distrae y desconcentra al personal con sus múltiples repeticiones y con su impulso detenido. El director Masato Suzuki, que además de arreglar el Réquiem dirigió este apartado del concierto, comprendió que los andantes en Mozart conviene hacerlos con un poco más de brío que el que se les atribuye normalmente, y por ello nos brindó un Andante perfectamente declamado, constantemente hacia delante y hábilmente contrastado. Este fue, en general, el enfoque escogido para toda esta Sinfonía, del que destacamos el acierto en destacar cada una de las líneas instrumentales dentro de un entramado orquestal meticulosamente ponderado en su magnitud sonora.
Tras estas dos obras vitales del repertorio mozartiano, concluyó el concierto con la propina (en esta ocasión dentro del programa) de la breve composición coral Ave Verum Corpus, escrita, como el Réquiem, poco antes de morir el compositor. Se trata de un expresivo motete compuesto en ocasión de una gran ceremonia religiosa, pero cuyas indicaciones originales requieren el mayor de los cuidados respecto a la sutileza del volumen. La formación Bach Collegium Japan volvió a mostrar evidencia de que toda obra merece el máximo de respeto y, aún siendo un regalo, propuso una interpretación sobrecogedora e inolvidable.