Dicen que nada malo viene solo, y con esto se sugiere que un mal dado viene acompañado, habitualmente, de otro de igual o peor naturaleza. Así que cuando una solista cancela una visita y se recurre a un sustituto, el refrán puede inclinarnos a pensar que el remedio no va a estar a la altura, toda vez que uno ya se ha hecho su composición de acuerdo a sus propias expectativas que, ahora, se van a ver desafiadas.
Afortunadamente, la norteamericana Esther Yoo, que venía en sustitución de Hilary Hahn, es una fantástica violinista de primer nivel que posee un sonido brillante, una afinación precisa y una agilidad impecable, y nos ha permitido escuchar un concierto de Mendelssohn personal, audaz y diferente; y además en un ejercicio de comunicación impecable con la Filarmónica de Múnich, a través de su fantástico director Lahav Shani.
Antes de entrar en materia, es decir, en el Concierto de Mendelssohn, nos presentó la formación una composición de Louise Farrenc, una autora del siglo XIX bastante prolífica que debió atravesar todos los escollos y problemas asociados a una mujer creadora en el siglo XIX, y que casi nadie conoce. Elogiada por Schumann y hábil en el piano, compuso sinfonías y oberturas, una de las cuales escuchamos en esta ocasión con todo el brío emitido por la orquesta muniquense. Una composición más o menos cuadrada, con mucho material temático y desarrollos escuetos, de escucha fácil y agradable que, sin duda, se benefició de la maestría de la orquesta para destacar segmentos, impulsar ritmos y provocar un mediano entusiasmo.
Porque la expectativa estaba en la experiencia concertante, que fue notable y especial, sin resultar tampoco excepcionalmente inolvidable. Sin embargo destacamos una notoria habilidad para enunciar los temas principales con soltura y claridad, con un fraseo delicado y bien cuidado, y sobre todo, para navegar métricas en los cambios de ritmo y proponer rubatos sutiles bien comunicados con la formación. Elegante sin excesos, y profunda sin grandes desgarros, consiguió dotar al discurso musical de un ritmo preciso y declamado, con una correspondencia magistral del brillante Lahav Shani. Y de propina, de las dos opciones habituales entre los violinistas –esto es, o Sarabanda de Bach o canción tradicional– interpretó una delicada y acogedora canción tradicional.
A la vuelta del descanso nos encontramos, si cabe, con un concierto completamente diferente, como si la orquesta sintiera que, sin necesidad de dialogar con ningún solista, se hubiera liberado. Naturalmente, el ejército de instrumentistas reclutado por Chaikovski para su Quinta sinfonía, y el carácter ciclópeo, cíclico y extrovertido de la obra –que en este aspecto difiere mucho de la precedente– tuvieron mucho que ver con la sensación final de que la segunda parte del concierto resultó más explosiva e interesante que la primera. Sin duda, el magnífico director Lahav Shani contribuyó a este efecto destacando elementos diferentes, dando impulso al lucimiento de la percusión y, sobre todo, confiando el peso de la obra a la brillante intervención de sus solistas, de entre los que destacamos al trompa del segundo movimiento.
Sin necesidad de propinas orquestales, que ya esta Quinta dejó a todo el mundo más que satisfecho, concluyó este concierto singular que nos dio la oportunidad de presenciar la conjunción de una solista solvente e independiente, y a una formación cohesionada, brillante y desenvuelta bajo la batuta de un director al que merece la pena seguirle la pista más de cerca.