La explosión sinfónica que acontece en Europa oriental y en Rusia a finales del siglo XIX deja sus trazas en gran parte del siglo siguiente, con transformaciones radicales, senderos de vanguardia y otras miradas más convencionales, que se expanden más allá de esa denominación geográfica. En tal sentido, la visita de la Rundfunk Sinfonieorchester Berlin con Vladimir Jurowski hizo gala de esa variedad con un programa enteramente dedicado al siglo XX pero con tendencias que apuntaban en direcciones opuestas, aunque con notas comunes en lo que se refiere a color y vivacidad.

Abría la primera parte el Scherzo fantástico de Suk, una pieza breve, animada, lo suficientemente resplandeciente para seducir al público y de estructura y conceptualidad lineales, ideal para que la orquesta fuera calentando motores. Sin intención de agotar los recursos de la formación, sí que pudimos ver algunas de sus virtudes como un sonido compacto, una brillantez en todas sus secciones y un sentir común a la hora de dibujar las frases, así como otros elementos que desgranaremos más adelante.
Por otro lado, grande era la expectativa también para el solista, el joven Jan Lisiecki, al que ya pudimos escuchar hace casi 5 años. Respecto al pianista de aquella ocasión, prometedor, pero aún acerbo, Lisiecki mostró una maduración notable en diversos aspectos: por un lado la elección de un concierto arduo, como es el segundo de Prokofiev, por otro, en cuanto a musicalidad e incluso técnica, el salto fue evidente. Vimos al joven solista muy implicado desde el primer movimiento, expresivo sobre el teclado y más allá de él, elaborando un discurso que no elude las aristas de la partitura, pero de la que fue capaz de destilar el lirismo escondido. Los pasajes más sosegados –especialmente en el primer y último movimiento– mostraron un uso inteligente del pedal, casi capaz de plasmar un Prokofiev impresionista, acentuando esas disonancias con un sonido de abundantes armónicos. En las partes más contundentes, Lisiecki se confrontó con la orquesta en sus explosiones dinámicas con un equilibrio muy acertado, también por parte de Jurowski, y técnicamente estuvo impecable, transitando con soltura por todo el teclado, con un movimiento muy fluido en las articulaciones y una dosificación del peso muy calibrada. Sin duda, un éxito de solista y orquesta para una obra colosal.
Tras el descanso, la RSB se mantenía en los tintes rusos, aunque los de un compositor nostálgico y exiliado como fue Rachmaninov en la última etapa de su vida. Su Tercera sinfonía es luminosa, lírica, elegante y de perfil claro; estas características permitieron a la formación berlinesa ahondar en sus puntos de fuerza. Tímbricamente hemos de destacar una cuerda sedosa de hermosa plenitud en los pasajes más intensos y capaz de sutiles filigranas en los más íntimos, aunque sin duda también la sección del viento madera merece una mención por la calidad de sus solistas y las notas de color que sostuvieron magníficamente toda la obra. Jurowski dirigió con naturalidad, con talante medido y una orquesta atenta a su gesto. Cabe decir que tal vez esta sinfonía no tenía los ingredientes para aprovechar toda la potencialidad de la formación, dando la impresión de exigir solamente en algunos registros, sin llegar a profundidades realmente complejas. Aun así no hubo nada que objetar en cuanto al manejo de las dinámicas, la elección de los tempi y la articulación del fraseo, todo en pro de obtener un resultado ensoñador y envolvente.
Se trató de un concierto excelente, especialmente en la primera parte, en la que Lisiecki se lució con esmero y grande personalidad, y la RSB mostró eficazmente sus mejores cartas, sabiendo orientar todo el concierto hacia un clímax sinfónico de indudable cantabilidad.