Apenas unas cuantas butacas quedaron sin ocupar en la apertura del Ciclo 20/21 del CNDM, con el que se rendía homenaje al compositor estonio Arvo Pärt en el 90º aniversario de su nacimiento. La cita reunió en el escenario al director Paul Hillier, la agrupación vocal Theatre of Voices y el Cuarteto de Cuerda de la Orquesta Sinfónica de la Radio Danesa.

El programa representaba algunas de las etapas más importantes de la trayectoria compositiva de Pärt y partía, precisamente, de aquel momento que, tras años de sequía creativa, le hizo interesarse por la música antigua y el canto gregoriano. Junto a las obras del maestro se alternaban composiciones de Hildegard von Bingen, Josquin des Prez y un ancestral canto mozárabe, dotando así de cohesión estilística a un repertorio que, pese a su lejanía temporal, presentaba homogeneidad en su carácter místico y espiritual.

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Los integrantes de Theatre of Voices
© Reinhard Wilting NMC

Comenzó el concierto con la Missa syllabica de Part, una pieza dividida en seis partes y compuesta bajo los preceptos del canto silábico medieval. Explicaba el compositor que su objetivo era “otorgar a las palabras una función litúrgica”. El resultado provoca una sensación de quietud musical cuyo discurso solo produce pequeños movimientos en las masas sonoras, construidas a su vez por una mínima cantidad de intérpretes. Lo que el oyente percibe es que los timbres cobran una relevancia inusitada y, dado que la afinación, tanto del cuarteto como de las voces, fue muy acertada, la música resultó ser una invitación a la introspección a la vez que al deleite sonoro. Con Hildegard von Bingen, una de las compositoras más queridas por Arvo Pärt, asistimos a una espléndida muestra del goce sensorial al que una melodía puede llevar con O viridissima virga, ave, tras el carácter más circunspecto de O aeterne Deus.

Con Fratres, las fuerzas se midieron de forma más evidente. Conformada por un solo movimiento y construida en varias secuencias de acordes separadas por un motivo recurrente percutivo (un recurso muy presente en la obra de Arvo Pärt), causa un efecto hipnótico. Es la antesala del estilo que el propio compositor acuñó con el nombre de tintinnabuli (campanas) y que requiere de una perfecta sincronía y especial atención a la afinación e intensidad de matices; todo ello resulta esencial para conseguir los efectos y la delicadeza expresiva deseada. La factura interpretativa fue impecable, y especialmente destacable resultó el trabajo de las voces en manos de Hillier. Distendió el ambiente a continuación el canto mozárabe del que Pärt tanto gustaba: Lamentatio Jeremiae Prophetae, que tuvo la función de llevarnos hacia la profundidad de la emoción.

Siguió Gaude Virgo, mater Christi de Josquin des Prez. Un claro ejemplo de la habilidad que tenía el maestro renacentista para dotar de vida a un texto mediante motivos breves y una declamación enfática que invitaba a la expresividad. La distribución de los intérpretes, tanto de las voces como de los instrumentos, cambió en esta ocasión, lo que ayudó a vislumbrar la intención armónica y favoreció la comprensión del juego de voces. La velada se cerró con el Stabat Mater con el que Arvo Pärt conmemoró el centenario del nacimiento de Alban Berg en 1984. La relación entre sílabas largas y cortas conforma el elemento clave de esta obra y ejemplifica el carácter espiritual del compositor. De nuevo, contuvimos las respiración y respetamos el silencio hasta que el director dio paso a los aplausos, que sonaron unánimes en su reconocimiento a batuta, voces y cuerdas.

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