Se cumplen doscientos años del nacimiento de Anton Bruckner y la excusa ha sido perfecta para desempolvar las partituras de un compositor injustamente olvidado. En fin, las modas son así, tampoco hay que buscar culpables. Lo importante es que parece que Bruckner ha llegado para quedarse y podremos seguir disfrutando de la música del austriaco más allá de su efeméride. Es del gusto del público y a los maestros les permite lucirse con un repertorio magnífico que no requiere las ingentes plantillas de las sinfonías de Mahler.
Así, Pablo Heras-Casado se enfrentó a la titánica tarea que es dirigir la “Romántica”, la Sinfonía núm. 4 en mi bemol mayor, de Bruckner. Y esta vez, sin que sirva de precedente, voy a ser directo: el resultado me pareció francamente decepcionante. Ahora bien, lo interesante es saber en qué se erró en una sinfonía que, aparentemente, cuenta con todo lo que hay que tener para agradar: soli muy lucidos para los solistas y tutti con una fuerza arrolladora.

La sinfonía se abre con un solo de trompa con un reconocido motivo a base de quintas que escucharemos repetidamente a lo largo de toda la sinfonía y que, si bien tradicionalmente se ha relacionado con un tema popular, a mí me es imposible desligarlo de la llamada de las trompas de El holandés errante de Wagner. Aquí Heras-Casado comenzó muy bien, desde el más puro silencio, en un delicado crescendo en el que el solista de trompa ejecutó unos matices muy adecuados. Siguen poco a poco creciendo las maderas, y el gran problema llega con el ya desbordado tutti inicial. Heras-Casado revela toda la fuerza de la orquesta en el minuto dos de una sinfonía de más de una hora. Se produce el clímax, y lo que sigue a partir de ahí, parece secundario. La orquesta no crece ya más de lo que hemos escuchado en esos primeros minutos y asistimos a un “efecto interruptor”: on - tutti orquestal fortissimo; off - solos piano. Así pues, la interpretación de Heras-Casado de la Cuarta sinfonía de Bruckner queda reducida a una alternancia entre dos texturas musicales, un resultado muy alejado de la riqueza, sobre todo a nivel de matices y texturas, que debería mostrar esta obra.
Esto no quita que no disfrutásemos de unos tutti potentes y bastante bien equilibrados, aunque me hubiera gustado escuchar un poco más a los trombones. La sección de trompas hizo un trabajo magnífico tanto como solistas como siendo la piedra angular de los tutti. El timbal estuvo muy presente, preciso y rico en matices. Las maderas pudieron lucirse en un Andante muy correcto en cuanto a textura, en el que eché en falta algo más de cohesión. Muy bien en este segundo movimiento también los bajos y los violonchelos. El tercer movimiento arranca con una fanfarria de los metales a la que las cuerdas no supieron responder con la misma dureza en la articulación, una carencia que también se pudo apreciar en el movimiento final.
El tutti final no logró emocionar, había que haber guardado algo de fuerza para éste, pero Heras-Casado ya nos había enseñado todo lo que tenía bajo la manga. Faltó esa planificación que da sentido a la obra. Una pieza de esta magnitud requiere un amplio abanico de fortes y fortissimos, menos contrastes, más continuidad y un sonido mucho más orgánico. Por eso Bruckner subtituló a su Cuarta sinfonía como “Romántica” y no como “Clásica”.