Lejos de las evocaciones de la Viena de los Strauss, existe otro Danubio que corre a lo largo de Austria y Hungría entre finales del siglo XIX y principios del XX y que recala en nombres como Mahler y Bartók. Por ellos, estuvo compuesto el programa que propuso Gustavo Gimeno al frente de Orchestre Philharmonique du Luxembourg con la violinista Vilde Frang ejecutando Concierto núm. 1, del húngaro y la soprano Miah Persson integrándose en el plato fuerte de la tarde, la Cuarta sinfonía de Mahler.
El concierto se abrió, sin embargo, con Nicht zu schnell que no es otra cosa que la orquestación de Colin Matthews del juvenil Cuarteto para piano y cuerda de Mahler. El arreglo es respetuoso con la obra original, si ben traslada la pieza de cámara a una dimensión mucho más sinfónica, con un sonido rico y potente, proyectándonos en un escenario mucho más cercano al Mahler de madurez. La orquesta pudo mostrar ya desde las primeras batutas sus características: una cuerda compacta y densa, una sección de viento brillante, a la vez que bien integrada, y una percusión especialmente protagonista (algo que incluso se apreciará mejor en la sinfonía de la segunda parte) y cuidada. El resultado fue un sonido cálido, de ensueño, que nos mecía en un movimiento que alternaba momentos de delicadeza con verdaderas expansiones sonoras. Una pieza que bien templó el ambiente para prepararnos a cuanto siguió.
Para la interpretación del concierto de Bartók (escrito entre 1907 y 1908 y publicado en 1956), se sumó la violinista noruega Vilde Frang, quien, como en un juego de apropiaciones cruzadas, nos transportó a un clima mucho más camerístico. Frang no tiene un sonido particularmente portentoso, pero sabe cómo marcar sus pautas: propone un sonido peculiar, profundo sin ser pesado y rico de vibrato. Gimeno, por su parte, estuvo muy atento a construir un diálogo entre solista y conjunto que enfatizó el entramado polifónico, al mismo tiempo que resaltaba las cualidades de la violinista. El primer movimiento de este concierto se presta más al perfil de Frang, que nos lleva a un paisaje lunar, en el que cada sonido es un paso en un terreno de incertidumbres entre una época que ya ha pasado y otra que está por venir. El segundo movimiento, más vivaz, permitió a Frang mostrar su técnica en los pasajes rápidos y también a la orquesta ostentar un sonido robusto y hacer alarde de su capacidad rítmica, aunque no se alcanzó la misma intensidad que en el anterior movimiento. En todo caso, resulta muy interesante escuchar esta obra temprana de Bartók, ya que contiene el germen de trabajos más maduros.
Si la primera parte del concierto nos dejó un halo misterioso y quimérico, la segunda parte, con la Cuarta sinfonía de Mahler resolvió ese clima en favor de un mayor regocijo. De esta sinfonía se suele decir que es la más despreocupada y menos sombría del compositor y, sin embargo, Gimeno supo poner en evidencia aquellos pliegues de la partitura que no son todo luces y brillo, alegría y ensueño infantil. En el primer movimiento destacó especialmente la sección de viento y la cuerda también mostró solidez para sostener los vaivenes de una danza idílica que se resuelve en una calma contemplativa. Siguió un segundo movimiento que jugó con la posibilidad de volcar los elementos más lúdicos en una fragmentación de la frase y de la estructura armónica: un simple motivo enunciando por las flautas junto a la respuesta impertinente de ese primer violín afinado más alto nos ponía frente al precipicio. Pero aquí Mahler, a diferencia de en otras sinfonías, se retrae y también lo hace Gimeno, no sin antes habernos llevado al límite.El tercer movimiento es el eje central de la obra y además es el que mejor se presta a las pautas tomadas por el maestro valenciano, casi como si leyese a contraluz el movimiento inicial de la sinfonía, insistía en las ambigüedades armónicas. Para el movimiento conclusivo se incorporó la soprano sueca Miah Persson que interpretó correctamente "Das himmlische Leben". La soprano mantuvo un registro y timbre acordes a la atmósfera de toda la obra, mostrando especial expresividad en el último verso de cada estrofa, mientras que estuvo algo menos acertada en la vocalización de los pasajes más ágiles. Pero lo que sobre todo brilló fue la percusión que una vez más mostraba que el paso de la vida celestial a un aquelarre era más breve de lo aparente. Así todo, al final, la paz reina y el silencio es acogido con ataráxico placer.
Fue, en su conjunto, un concierto de muy buen nivel. Disfrutamos de una Philharmonique du Luxembourg bien compenetrada con su director y con los solistas en un programa ciertamente interesante, aunque tal vez (especialmente en la sinfonía) faltó un poco de detalle y definición en algunas transiciones, desequilibrando ligeramente la estructura en favor de los momentos más vistosos. En suma, un viaje a lo largo de un Danubio onírico y velado con destellos antológicos.