Hay que estrujarse mucho la cabeza para localizar en el recuerdo un espectáculo tan completo y sobresaliente como el que estamos viviendo los asiduos de la Zarzuela con las sesiones de La verbena de la Paloma. La producción, que acontece en una nueva versión en el teatro de la calle Jovellanos, rinde homenaje, primero, a su antiguo director musical, Miguel Roa, y después al teatro en que se estrenó la obra en 1894, el Teatro Apolo. Para esto último ha elaborado Álvaro Tato un magnífico prólogo cómico-lírico que, por sí solo, habría bastado para generar entusiasmo y admiración.
“Adiós, Apolo”, es el homenaje preambular al mismo teatro, que representa a una compañía que se enfrenta a la última producción de La verbena, antes del cierre de la sala. En este contexto asistimos a un trabajo de composición escénica insuperable, con un ritmo trepidante en la producción del texto y en el movimiento de los personajes, y con grandes momentos para el archivo, como el de los elementos cómicos, o los cantantes bailando codo a codo con el conjunto profesional.
Sin destacar jerarquías, asistimos también a la representación de grandes números de otras zarzuelas, entre los que tenemos que destacar el “Chotis de la garsón” entonado por Milagros Martín, Carmen Romeu y Ana San Martín, y el número conjunto del “Vals de Neptuno” y el “Vals del Caballero de Gracia”, donde brillaron Borja Quiza y Antoni Comas. Este último interpretaría después al bribón Don Hilarión, uno de los personajes más aplaudidos al término de la obra. No podemos despedirnos del Prólogo sin hacer mención especial al magnífico pianista Ramón Grau, que acompañó a los cantantes con una profesionalidad encomiable.
Sin necesidad de descanso, el telón dejó al descubierto una fantástica representación de una calle madrileña donde comenzó a dibujarse el conflicto argumental con la maestría declamatoria de unos personajes completamente entregados, que presentaron sus textos con una claridad y ritmo sobresalientes, y con un desparpajo inolvidable. Nuevamente destacaron Antoni Comas y Borja Quizá, el boticario y el sufrido Julián, respectivamente; pero también Milagros Martín, que perfiló a una Señá Rita pertinaz y convincente.
Además de la excelencia en el canto de todo el personal hay que señalar el momento tan especial que se vivió durante la soleá que da inicio al Cuadro segundo, cuando la cantadora Sara Salado y la bailarina se entregaron a la famosa “En Chiclana me crié”, arrancando una evidente admiración. Nuevamente merecieron su reconocimiento en este número el esforzado pianista y las sopranos Carmen Romeu y Ana San Martín y, como no, la divertidísima Gurutze Beitia, que representó a una Tía Antonia con una personalidad desbordante y mucha gracia.
Al cabo, llegó el clímax y su alegre resolución en el Cuadro tercero con grandes momentos de lucimiento vocal y notables intervenciones de una orquesta, por cierto, resueltamente conducida por el maestro Pérez-Sierra. Sin perder la habilidad estructural y la perfección de la composición escénica, terminó el elenco al completo –un coro incluido cohesionado y equilibrado en todo momento– entonando dos joyas de nuestra música como son la habanera “¿Dónde vas con mantón de Manila?”, y el final “¡Por ser la Virgen de la Paloma!”.