La Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la dirección de Ludwig Carrasco, inauguró su primera temporada de 2024 con la Missa solemnis de Beethoven, obra en cinco movimientos siguiendo la estructura del ordinario de la misa y estrenada solo tres años antes de la muerte de Beethoven. Los Solistas Ensamble de Bellas Artes interpretaron tanto las partes corales, como los solos: un total de dieciséis solistas hicieron una reverencia al final de la interpretación.
El Kyrie comenzó ligeramente desincronizado con las cuerdas entrando antes de tiempo. Lamentablemene, no había órgano (que sí incluye la partitura), por lo que la textura orquestal era un poco escasa. Los solistas y el coro cantaron competentemente, pero el tempo fue bastante pausado, dando al movimiento una sensación de lentitud. No obstante, las melodías y armonías eran claras: solo faltaba algo de momentum. El Gloria, casi el doble de largo que el Kyrie, es mucho más rápido, con líneas virtuosísticas en cada grupo de instrumentos. Aunque la prolongada pausa entre movimientos (para dejar entrar a los rezagados y cambiar de solistas) disipó un poco la inercia de la música, el tempo aquí fue más adecuado y la entrada de los trombones hizo que la textura orquestal alcanzara por fin su punto álgido, aunque el volumen no llegó al marcado fortississimo de Beethoven.
El Credo, casi tan largo como la Gloria, es algo más complicado armónicamente, con muchos pasajes tutti fortissimo. Los solistas y el coro cantaron bien aquí, compensando la falta de órgano. Sin embargo, la música, bastante jubilosa y casi siempre en tonalidad mayor, empezó a resultar un tanto fatigada por la falta de sentido arquitectónico necesario para que las frases individuales se integraran en una estructura mayor. La música volvió al tradicional "amén" para cerrar el movimiento. El Sanctus, en tonalidad menor, proporcionó la parte más melancólica y oscura de la misa hasta el momento, un bienvenido cambio respecto a la exuberancia de los tres movimientos anteriores. Aunque armónicamente y melódicamente había un notable contraste entre este movimiento y los precedentes, el contraste dinámico podría haber sido más evidente. En general, tanto el tempo como el contraste dinámico no parecían especialmente bien elaborados.
El movimiento final, Agnus Dei, presenta fugas y contrapuntos complejos que fueron bien ejecutados tanto por la orquesta como por el coro. Especialmente eficaces fueron los breves momentos a cappella del coro perfectamente afinado y con reminiscencias de los cantos medievales. El final es bastante abrupto, con una brevísima coda orquestal tras el "Dona nobis pacem" final del coro. A medida que se extinguían las últimas notas de la música, uno tenía la sensación de que un mayor control del fraseo, la dinámica, el tempo y la arquitectura podrían haber dado esplendor a esta misa de una forma mucho más vivaz.