Una vez más la Casa da Música de Oporto volvía a convertirse en una referencia en la música contemporánea con la presencia estelar del compositor y director húngaro Peter Eötvös. Figura central de la vanguardia del siglo XX, Eötvös presentaba en persona el estreno peninsular de su décima ópera, Senza sangue. Esta precedió a la versión de concierto de El castillo de Barbazul. Si más de una vez hemos realzado la coherencia interna con la que se elaboran los programas de la institución portuense, en esta ocasión la ligadura entre las obras fue máxima pues la ópera de Eötvös no sólo fue concebida para un dúo vocal y una plantilla orquestal equiparables, sino que el propio compositor la concibió como epígono de la partitura bartokiana. Además, podría añadirse que el diseño de este programa resultó profético, pues supuso un contrapunto perfecto a las dramáticas circunstancias que desde hace semanas vivimos en la Vieja Europa. Estamos ante dos magnas obras que se adentran explícitamente en las capas más oscuras del subconsciente humano; aquellas que bajo el disfraz de los ideales revolucionarios esconden una violencia desmedida; la que nace de la sed de venganza de los personajes de Senza sangue, o la que corrompe al opulento y poderoso reino de Barbazul.
Para la Orquestra da Casa da Música fue un reto máximo afrontar dos obras de este calibre, en las que sus autores, dos eximios orquestadores, escriben para una plantilla hipertrófica para la que crean sendos entramados de una riquísima densidad melódica y tímbrica. Sin embargo, Senza sangue, a diferencia de otras aproximaciones de Eötvös más experimentales y abstractas, se caracteriza por exhibir una singular claridad de las líneas melódicas. No es fácil conseguir que el sobrecogedor entramado de texturas que fluyen y se entrecruzan por todas las secciones de la orquesta, aprovechando de forma modélica la espacialidad de la sala, cobren vida de forma cohesionada. Apoyada en un Eötvös clarividente, la Orquestra Sinfónica do Porto respondió con solvencia, aunque en algunos momentos, especialmente en los pasajes más introspectivos de ambas obras, se echó en una falta una tímbrica más marcada y una articulación más incisiva.
Vocalmente, en Senza sangue los dos solistas tuvieron que lidiar con unas dinámicas orquestales muy extremas, poco empáticas con el hecho de que estamos ante obras concebidas para el foso. En este sentido, Viktoria Vizin, fue más exitosa que su compañero Romain Bockler, quien tuvo más dificultades para proyectar su hermoso instrumento baritonal. Vizin salió asimismo exitosa del reto de cambiar continuamente de registro, entre las diversas líneas de canto y la declamación dramática; siempre un desafío de primer orden para cualquier cantante. Su expresionista monólogo en la tercera escena junto con su debate sobre la justificación de la venganza en la sexta escena, fueron momentos incandescentes, en una pieza que de principio a fin conmueve al oyente y que cosechó una larga y merecida ovación.
Más intimista y considerada con los cantantes, El castillo de Barbazul nos permitió disfrutar de las cualidades de una nuevamente inspirada Vizin y de un excelente bajo, el húngaro Krisztián Cser. Frente a una Judit expresiva y seductora, el Barbazul de Cser, impávido en todo momento, se mostró como un ser frío y misterioso. Sin embargo, fue vocalmente sobrecogedor. Cser no sólo asombró por su volumen, sino también por su registro agudo natural, en ningún momento forzado. Su atractiva caracterización y su química con la Judit de Vizin fueron respaldadas a la perfección por una orquesta incisiva, adoptando más riesgos que en la obra previa, y que sonó deslumbrante en las hermosas texturas de las puertas del tesoro y del jardín de Barbazul, perfectamente recreadas por unas cuerdas y maderas elocuentes y expresivas, y unos metales precisos y brillantes. Todo ello fue realzado por la acústica de la Sala Suggia, ¿qué más se puede pedir? Pues únicamente que la introducción hablada de la obra no hubiese sido omitida, y que la ubicación del grupo de metales no hubiese sido en el fondo de la sala, demasiado alejados del escenario como para que su explosión sonora provocase el impacto deseado.
En resumen, un concierto que movió y conmovió al público, demostrando más que nunca, en el duro contexto actual, la inmensa capacidad de la música para explicar lo inexplicable.
El alojamiento en Oporto para Pablo Sánchez ha sido facilitado por la Casa da Música.