La Casa da Música de Oporto se despide de António Pacheco, el arquitecto de un proyecto que, en un cuarto de siglo, ha convertido a la ciudad en un vibrante polo musical. La Orquesta Sinfónica de Oporto, el Ensemble Remix, la Orquesta Barroca y el Coro Casa da Música son algunos de los frutos de su empeño por consolidar un espacio de referencia. Ahora, con la llegada del francés François Bou, se abre un nuevo horizonte. Qué mejor manera de tomarle el pulso a la orquesta en este momento de cambio que con un exigente programa tardo-romántico (obras de Chaikovsky y Strauss apenas separadas tres lustros en el tiempo) dirigido por el alemán Benjamin Reiners y con la solista Júlia Pusker.

La joven violinista húngara asumió el desafío del Concierto para violín de Chaikovsky con una cierta inseguridad inicial en la afinación. La transparente y nítida acústica de la Sala Suggia de A Casa da Música es tan agradecida para el espectador, como implacable con los músicos, revelando con crudeza la más mínima imperfección. Pero Pusker inmediatamente se asentó, desplegando una interpretación riquísima en matices, en la que conjugó virtuosismo técnico, con profundidad expresiva y una cadencia de gran lirismo. Su fraseo fue en los dos primeros movimientos amplio, pero incluso en los momentos más demandantes de la obra exhibió una articulación precisa. En los abrumadores pasajes de dobles cuerdas, su afinación y sincronización fueron impecables, pero al mismo tiempo, en la lírica Canzonetta rebosó calidez y sensibilidad, consiguiendo que la esencia melancólica de la obra aflorase. Pusker fue apoyada en todo momento por la empática dirección de Reiners, quien protegió en todo momento a la solista, con un continuo control de las dinámicas. En el trepidante Finale Pusker desplegó todo su talento con una ejecución enérgica y apasionada, enfrentando con maestría las exigencias técnicas de la virtuosística conclusión y levantando al público de sus asientos.
La segunda parte supuso una auténtica prueba de fuego, tanto para la orquesta como para el director. Los poemas sinfónicos de Strauss, con sus amplias orquestaciones y texturas densas, exigen una dirección experimentada capaz de equilibrar la complejidad de sus estructuras. Reiners, con su vasta experiencia en los fosos de ópera alemanes, era a priori un director idóneo para extraer la esencia narrativa de ambos poemas sinfónicos y el resultado sonoro confirmó plenamente las expectativas. En Muerte y transfiguración, la interpretación de la orquesta logró capturar la tensión dramática de la obra, transitando desde la angustia inicial hasta la radiante transfiguración final. Reiners supo controlar las dinámicas con precisión, permitiendo que la música fluyera con naturalidad y expresividad. Los solos instrumentales, en particular los de viento madera y cuerda, brillaron con una claridad conmovedora. El clímax fue absolutamente abrumador y mayestático. Reiners construyó meticulosamente, capa a capa, las poderosas textura sonoras, incrementando la intensidad de forma gradual pero continua, logrando esa sonoridad brillante y dilatada que exige el compositor. Con Till Eulenspiegel concluyó la noche de forma lúdica pero igualmente abrumadora en lo sonoro. Desde el podio hubo humor, agilidad y precisión rítmica. La orquesta demostró una gran flexibilidad y capacidad de narrar musicalmente las travesuras del pícaro Till. La ejecución de los pasajes más virtuosos fue impecable, y el desenlace final se resolvió con un impacto dramático notable.
En conjunto, el concierto representó un testimonio del excelente nivel que atesora la Orquesta Sinfónica de Oporto. Aquellos que hemos seguido a la orquesta desde la inauguración de la Casa da Música hace veinte años, podemos sentirnos orgullosos y maravillados por el notable progreso alcanzado, reflejo de la apuesta de la institución por construir una agrupación capaz de afrontar con garantías una programación tremendamente ambiciosa y exigente.