En homenaje a Federico García Lorca, la violinista española Ana María Valderrama y el pianista francés David Kadouch ofrecieron, en el bello Teatro Liceo de Salamanca un programa variado e infrecuente. Quedó en evidencia el alto grado de compenetración entre ambos músicos, sin renunciar a la individualidad de cada uno.

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Ana María Valderrama
© Michal Novak

La velada comenzó con la Sonata para violín y piano, FP 119, de Francis Poulenc. Esta obra, compuesta en homenaje al poeta granadino, combina aspectos muy variados que van desde la desolación hasta la sensualidad, la belleza melódica e incluso un cierto humor agridulce. Después de un comienzo enérgico –algo falto de claridad polifónica– los intérpretes fueron desarrollando una versión en la que destacaron características muy notables, como la precisión rítmica y la energía que Valderrama imprimió al primer movimiento, Allegro con fuoco, aunque fue algo menos convincente en los aspectos melódicos y en la sensualidad sonora. Kadouch se mostró, desde el principio, como un gran colorista del instrumento, con admirable capacidad para crear sonoridades y adaptarse perfectamente a las distintas atmósferas requeridas. Dentro del excelente nivel, el punto álgido estuvo en un segundo movimiento, Intermezzo: Très lent et calme, extraordinario, lleno de intenciones poéticas; mientras que el tercero, Presto tragico, tuvo un ritmo contagioso que desembocó en la desoladora sección final, estupendamente realizada por los intérpretes. Seguidamente, dos de los Tres retratos, obra de la compositora argentina Alicia Terzian. Las piezas escogidas se basan en poemas que Lorca dedicó a Debussy y Verlaine. Es una música de gran belleza en la que Valderrama mostró su lado más expresivo, cantando con tranquilidad y desplegando encanto sonoro. A su lado, Kadouch fue un magnífico partenaire, que mantuvo las cualidades mostradas en Poulenc. La primera parte de la velada terminó con una curiosa versión de la conocidísima “Danza española” de La vida breve, de Manuel de Falla que, en manos del pianista francés, pareció acercarse al mundo de Stravinsky, con unos acentos resaltados de forma tan personal como discutible. En todo caso, este aspecto no truncó el interés de una interpretación en la que la violinista estuvo especialmente inspirada.

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David Kadouch
© Marco Borggreve

La segunda parte comenzó con la Sonata en do mayor para violín y piano de Reynaldo Hahn. Es esta una obra poco conocida, pero llena de bellezas con una escritura que recuerda a Fauré. Los intérpretes brindaron un primer movimiento (Sans lenteur, tendrement) atmosférico y bien cantado; seguido de una demostración de virtuosismo y control rítmico en el segundo (Veloce), y un tercero (Modéré, très à l’aise, au gré de l’interprète) evocativo y ensoñador. El programa concluyó con seis de las canciones populares transcritas por Lorca, en el muy personal, imaginativo y, a veces sorprendente arreglo de Alberto Martín. Lucimiento absoluto de los intérpretes, con gran variedad expresiva y dominio de todos los recursos instrumentales. Como regalo, la Sérénade Spagnole de la compositora francesa Cécile Chaminade, obra bellísima en otra versión de alto nivel.

Fue un recital de mucho interés por la calidad de las obras, la mayoría no muy frecuentadas, y por las cualidades interpretativas de estos dos estupendos músicos; todo en homenaje a un poeta inolvidable.

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