La afamada batuta del director vasco Juanjo Mena se unió a la Sinfónica de Tenerife en un interesante programa que exploró las preguntas esenciales que resuenan más allá de las palabras, y sus respuestas musicales que quedan suspendidas en el corazón. Bajo estos principios programáticos, se inició la velada con La pregunta sin respuesta del poco habitual compositor norteamericano Charles Ives; escrita en 1908, y revisada sucesivamente en 1930 y 1935, la obra se erige de forma sumamente original como una pieza filosófica expresada en música. En sutilísimos pianissimi a cargo de la cuerda, interrumpidos periódicamente por la madera, plantea la eterna pregunta sobre la existencia de la humanidad. Mena nos ofreció una académica versión de porte minimalista y gran recogimiento que resultó sumamente evocadora.

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Juanjo Mena y la Orquesta Sinfónica de Tenerife
© Miguel Barreto | Auditorio de Tenerife

Seguidamente, y con el protagonismo de la guitarra de Rafael Aguirre, el archiconocido Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo puso fin a la primera parte de la tarde como velada respuesta a la cuestión planteada en la pieza anterior. La pulcritud melódica y el estilo galante de esta soberana obra no pueden sino ser ratificadas cuando se acometen con las debidas prestaciones. Y en este punto entra el debate sobre la oportunidad del sonido amplificado así elegido en esta ocasión para el instrumento solista, la guitarra española, de tanta belleza pero escasa sonoridad, máxime cuando se interpreta envuelta en el conjunto de un grupo sinfónico y dada la peculiar acústica del Auditorio de Tenerife. Históricamente ha existido división de opiniones al respecto, Andrés Segovia se negaba radicalmente a utilizar las nuevas tecnologías, otros grandes intérpretes no tanto, pero de lo que no cabe duda es de la gran ejecución llevada a cabo por el malagueño Aguirre. Con la circunstancia reseñada, el mismo obtuvo del Allegro con spirito y del final Allegro gentile las reminiscencias caballerescas, de gran elegancia y pulcritud, resaltando con gran brillantez técnica tanto los arpegios como en las punteadas melodías.de mágica belleza. El popular Adagio que conforma el segundo movimiento, de enorme difusión, sirvió para acreditar las cualidades del solista invitado, acometiendo los pegadizos motivos melódicos con extremada dulzura y pasión, todo lo cual redundó en la atronadora recompensa del abarrotado público de la velada.

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Rafael Aguirre en el Auditorio de Tenerife
© Miguel Barreto | Auditorio de Tenerife

La siempre bienvenida Sinfonía núm. 7 en la mayor, op. 92 de Beethoven dio fin a este interesante programa a modo de respuesta a las preguntas planteadas al inicio del concierto, confirmando lo sublime que puede ser la creación del hombre. En esta ocasión el inicio de este monumento musical pareció iniciarse de una manera un tanto rutinaria, sobre todo en el inicio y en el desgarrador Allegretto, de los que se echó de menos un poco más del nervio y energía que requiere el genio de Bonn, todo ello dentro de un nivel de corrección innegable, una ejecución correcta sin más. A partir del Presto del tercer movimiento pareció iniciarse esa añorada y requerida motivación, elevando las prestaciones de la masa orquestal, en cualquier caso y en todo momento de aceptable nivel. Pareció como si, a modo de conclusión los intérpretes se reservaran para el Allegro con brio final, que ahora sí, recuperó las cotas de brillantez y espectacularidad requeridas por esta brillante culminación, plena de modulaciones y giros de gran impacto auditivo. Para esta ocasión los vientos mostraron un menor nivel que en otras ocasiones, destacando la sección de cuerdas en toda la velada de forma inequívoca.

En suma se trató de una velada plena de preguntas, pero no de todas las respuestas, fundamentalmente por el ya reiterado comentado uso de una ampliación acústica más que dudosa por su calidad técnica, y el rutinario acometimiento de los inicios de la Séptima de Beethoven, asimismo progresivamente lograda en su lectura.

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