“¿Qué es lo primero que recuerdas?”. Esta es la inquietante pregunta que espeta Peter Stamm, escritor suizo y libretista de Zelle: wenn es dunkel wird, al inicio de la ópera. Un interrogante que no sabemos bien si quien lo emite, una policía, se dirige a la presunta asesina de sus dos hijos aparecida en una solitaria cabaña en lo alto de una montaña, a sí misma, ya que no obtiene respuesta alguna, o al espectador. De este modo, desde una ambigüedad total, la escenógrafa chino-británica Jamie Mann impele al oyente a reflexionar sobre asuntos como la soledad, nuestras relaciones con los demás o la maternidad.

Zelle de Jamie Man en el Palau de les Arts
© Miguel Lorenzo | Les Arts

Digo oyente, porque el principal elemento que utiliza Mann para acercar esas dudas al público es una escucha rayana en lo acusmático. Se escucha más que se ve y, la mayor parte de las veces solo se intuye la colocación de la fuente en el escenario, potenciando la incertidumbre. El diseño sonoro de Zelle parte de la contraposición, superposición, compleción o contraste de los timbres y estilos vocales de un contratenor que guía la acción en alemán, Steve Katona, del introspectivo canto difónico producido por Olesya Zdorovestska y la alternancia entre el recitado y el canto de un texto en japonés realizado por la intérprete de nō Ryoko Aoki. En general, el texto es tratado de manera que se pueda entender, sin embargo, en algún pasaje se pretende una ejecución fonética del mismo. Un momento, trasladado por la traducción simultánea en valenciano como un loco galimatías, que no se llegó a comprender. Las tres voces se apoyan, a su vez, en tres elementos que sirven de soporte textural o de contrapunto: la electrónica, a cargo de Tatiana Rosa, la percusión de Joey Marijs (unas grandes láminas metálicas) y una guitarra eléctrica usada de forma muy heterodoxa por Wiek Hijmans.

La acusmática acrecienta la imaginación por lo que la falta de un decorado definido fue suplida por la creatividad de cada asistente. En mi caso, no fue difícil presentir el inmenso bosque invernal en el que transcurre la acción, apoyado por la aparición de una letanía ancestral que hablaba de curaciones y de presencias mágicas. No obstante, a pesar de la oscuridad que preside la escena durante los cincuenta y tres minutos que duró la función, hubo dos momentos en los que se hizo la luz: el primero para gritar desesperadamente varias veces el pronombre sie (ella), acompañado de un estridente y molesto chisporroteo lumínico y sonoro. El segundo, para simular una especie de esperanzador amanecer, atisbado entre la espesa bruma que rodeaba una cima formada por dos cuerpos amorfos que no paraban de moverse. Pero todo quedó en nada. El desasosiego y la negrura llegaron hasta el final. Ya lo decía el narrador: “no se puede encontrar lo que ya se ha perdido”.

La intérprete Ryoko Aoki en la obra de Man
© Miguel Lorenzo | Les Arts

La densa niebla, creada a base de humo, y un sonido fuerte y profundo formaron una envolvente que cubrió literalmente el patio de butacas, trasladando al público la sensación de opresión de las protagonistas. Con habilidad y unos pocos elementos plástios como la lluvia o la pintura que se derramó por el suelo Jamie Man nos metió a todos en la celda (Zelle) y, una vez dentro, cada cual se vio forzado a repasar sus propios demonios: “¿oyes voces?, ¿tienes la sensación de que hablan por ti?”. Mencionaba más arriba la maternidad, pero nada tiene que ver el concepto frecuentemente idealizado en los colores rosa o azul con el que se presentó. Aquí la maternidad también es opaca y dolorosa. En algún pasaje sonó una especie de afligida canción infantil. Una triste y monótona canción de cuna. Y es que, con un sentir profundamente existencialista, el libretista sentencia: “cada nacimiento es un certificado de defunción”.

Zelle: wenn es dunkel wird fue estrenada en Amberes el pasado octubre y forma parte del proyecto ENOA (European Network Opera Academies). Su representación en Valencia, con la colaboración del Palau de Les Arts, inauguró el Festival Ensems en su cuadragésimo cuarta edición. El éxito de público fue incontestable. Lo que no sé es si quien se acercó a este título sabía a lo que se exponía: más de uno salió desconcertado. Pero ¿acaso no era ese el objetivo?

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