La confluencia formada por Alexander Liebreich y la Orquestra de València no puede ser más feliz. El pasado jueves concluyeron su segunda temporada juntos con un concierto marcado por el sello del director bávaro y la excelencia de los músicos valencianos. Además, la velada tenía visos de acontecimiento, ya que, tras cuatro años de peregrinaje, el conjunto volverá a ocupar el próximo octubre el Palau de la Música tras su reforma. Una trayectoria que podríamos describir con el lema per aspera ad astra, aplicado a veces a la Quinta sinfonía de Beethoven. Y es que la calurosa y larga ovación que el público tributó a profesores y director al finalizar fue directamente proporcional a la brillantez de la interpretación de las composiciones de Dusapin, Mozart y Lutosławski.

Programa a programa, Liebreich ha acostumbrado a los abonados a escuchar músicas más o menos actuales. Por ende, Dusapin, compositor residente, ha trabajado dos de sus 7 solos pour orchestre durante este curso. En noviembre la OV interpretó Uncut, solo núm. 7, y en esta ocasión abordó Reverso, solo núm. 6. De alguna manera, estas piezas, al igual que el Concierto para orquesta de Lutosławski del que hablaremos después, evalúan lo virtuosa que puede llegar a ser una formación. Así, la orquesta sonó empastada, el movimiento de masas tuvo interés, la percusión fue expresiva, siempre dentro del conjunto, y resaltaron detalles como la aparición del arpa o el eco dejado por los trombones en la caja. Pero, en el cuidado de lo sonoro se perdió la idea, que no es otra que el tratamiento de una melodía con medios actuales. Es decir, una melodía acompañada, de las de toda la vida, expuesta por las cuerdas al principio, después por los vientos (afinadísimo el unísono de las maderas), más tarde por los metales hasta llegar al clímax, y en el acompañamiento: numerosos efectos que la contrapuntean y varios ostinatos rítmicos que la sujetan hasta que desaparece.
Víkingur Ólafsson se presentaba por primera vez en València. Él mismo dijo que no sería la última. En los atriles, el Concierto para piano y orquesta núm. 24, de Mozart, una composición en do menor, tonalidad de la mencionada Sinfonía núm. 5, además del Concierto para piano núm. 3, de Beethoven, a cuya exposición aportaron mayor gravedad, si cabe, dos trompas naturales y unos timbales antiguos. Liebreich se inclinó por un tempo ligero y a la vez vigoroso, y favoreció la ductilidad del fraseo.
Concluyó la sesión con una versión sin fisuras del Concierto para orquesta de Witold Lutosławski. Tanto Liebreich como los músicos se emplearon a fondo, destacando otra vez la sección de percusión y solistas como la corno inglés. El director impuso un pulso dramático al principio y obtuvo una sonoridad enorme de la cuerda, sobre todo al articular con el talón. Seguidamente, concertó con tino la sucesión de arabescos de flauta, oboe, clarinete y violín sobre un pulso ahora titilante, que se fue apagando poco a poco. El segundo movimiento aunó el aroma folclórico característico de la pieza, tan agradable para el público, con el exigido virtuosismo orquestal, para llegar al tercer movimiento sin perder ni un ápice de intensidad e interés.
En definitiva, fue un concierto de los que hacen afición. Además, confirmó la calidad del trabajo hecho durante la temporada, a pesar de las dificultades, y el buen entendimiento que hay entre músicos y director. El resultado ahí está y seguro que mejorará cuando todo el equipo esté en su sede. Buen verano y hasta entonces.