Que el concierto que aquí comentamos estaba llamado a ser una de las citas más importantes de esta temporada en el Palau de la Música de València se supo en cuanto conocimos su contenido. Que, además, el resultado sea excelente confirma que es imprescindible que músicos y autores convivan y colaboren de manera estrecha para ofrecer el repertorio actual en las mejores condiciones. El protagonista fue Toshio Hosokawa, compositor residente durante esta temporada. Un creador del que el jurado del Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Música y Ópera, concedido hace unos días, ha destacado que contribuye a construir “un puente entre la tradición musical japonesa y la estética contemporánea occidental”. Esto se tradujo sobre el escenario, sin embargo, en que cualquier divergencia idiomática en uno u otro sentido fue minimizada. La conexión entre los músicos valencianos y lo que demanda la partitura del japonés fue total, mediatizada asimismo por el excepcional conocimiento de lo que tenía entre manos y cuidado que puso Alexander Liebreich. Como le dijo Seiji Ozawa a Haruki Murakami: "qué más da Oriente y Occidente si el intérprete es un virtuoso". 

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Ryoko Aoki y Soprano Christina Daletska interpretaron The Maiden from the Sea
© Live Music Valencia

Liebreich estrenó Meditation to the victims of Tsunami (3.11) con la Tongyeong Festival Orchestra, en marzo de 2012. Una partitura inspirada por la amarga impresión que dejó en el autor la catástrofe sufrida en Japón un año antes, cuya consecuencia más conocida fue el colapso de la central de Fukushima. El mismo Hosokawa recordaba en unas notas de la obra que sus padres, nacidos como él en Hiroshima, conocieron los efectos de la explosión de la bomba nuclear. Así, Meditation se convirtió en un profundo lamento, tristemente cercano a nosotros en esta época. El conjunto hizo fácil su escucha; la más exigente de la tarde. Consiguió transmitir el carácter meditativo de la partitura y controlar lo que en la música oriental se denomina ma: la sucesión de pausas y silencios que estructuran el discurso. Y es que, para el compositor, el silencio no es la negación del sonido, sino un contenedor de significados tan profundos como puedan ser los que encierran las secciones sonoras, que en algún momento llegaron a ser poderosas.

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Ryoko Aoki y Christina Daletska con la OV y Alexander Liebreich en el Palau de la Música
© Live Music Valencia

Archipelago S. para veintiún instrumentistas fue compuesta por el cinematográfico Tōru Takemitsu hacia el final de su vida (1993). La interpretación evidenció enseguida su índole paisajística y una marcada herencia debussiana. La S del título hace referencia al tapiz que el compositor entreteje con los vientos, principalmente, al inspirarse en la belleza de lugares como Estocolmo (Stockholm), Seattle y la isla del mar Interior de Seto en Japón. Otra influencia francesa evidente apareció en el particular “Appel interstellaire” que entonó el trompa hacia la mitad de la pieza. Los dos clarinetes solistas, alejados del grupo al colocarse en sendas tribunas laterales, aportaron a la sonoridad el cariz espacial que se les exige a partir de sus contestaciones, imitaciones y ecos.

Ryoko Aoki, Christina Daletska, Alexander Liebreich y Orquesta de València © Live Music Valencia
Ryoko Aoki, Christina Daletska, Alexander Liebreich y Orquesta de València
© Live Music Valencia

La voz fue el instrumento encargado de constatar en la segunda parte la amalgama de aquellos elementos orientales y occidentales que mencionábamos más arriba. Las protagonistas de The Maiden from the Sea son dos mujeres. Helen representa a una de las tantas refugiadas que huyen de cualquiera de las guerras que se extienden por el mundo. Shizu es el espíritu marino de quien fue bailarina, amante de un samurái y víctima del hermano agresivo y envidioso de este. Entre idas y venidas de la masa sonora orquestal, como si de un mar se tratase unas veces tranquilo, otras más agitado—, ambas se cuentan sus respectivas historias. Pero llega un momento en el que un emocionantísimo abrazo funde literalmente ambas figuras a todos los niveles: tímbrico, gestual y emocional. El pie lo había dado Shiku: “entraré en ti y te lo mostraré”.

Encarnaron ambos personajes la mezzo ucraniana Christina Daletska y la especialista en canto Ryoko Aoki, quien es pionera, además, en la combinación de la tradición teatral japonesa y la música contemporánea occidental. Ambas interpretaciones fueron intensas y compenetradas, y, pese a representar mundos distintos, el canto de una y de otra no se diferenció tanto, llegándose, como se ha dicho, a fusionar. Otro elemento de interés fue el resaltado por parte de la ucraniana, que también recita, de los fonemas sibilantes. Con ello su sonoridad se aproximó a la emisión de instrumentos como la flauta baja, que alternó constantemente soplos y sonidos, a semejanza del viento en la naturaleza. En otro pasaje, el clarinete bajo evidenció el carácter vocal de su melodía, esta vez como reflejo de la prosodia nipona.

Si a todo esto añadimos la sutileza con la que tocó la percusión, la sensibilidad general del conjunto, la hermosura de los movimientos de Aoki y una delicada, aunque mínima, escenificación y luminotecnia ya tenemos la conclusión: una absoluta belleza.

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