Gustavo Gimeno se unió a la Royal Concertgebouw en 2001 como percusionista y, atendiendo a lo que le dictaba su interior, decidió abrirse camino en la dirección. Ha estado junto a grandes personalidades como Jansons, Abbado y Haitink hasta que ha llegado el momento de volar solo. En la actualidad desarrolla sus proyectos como titular de la Orchestre Philharmonique du Luxembourg y de la Toronto Symphony Orchestra y acaba de debutar al frente de la Berliner Philharmoniker. Hemos conversado con él durante su estancia en el Festival de Santander sobre sus experiencias y su visión de la dirección de orquesta.
P. S.: En Santander este verano apreciamos una química muy especial con la Orchestre Philharmonique du Luxembourg y con el público
G.G.: Se nos concedió una bonita oportunidad abriendo el Festival de Santander y la Quincena Musical, fue un honor. Con mis músicos aspiro a que en cada gira de conciertos marquemos un nivel; lo más alto que podamos marcar. Hemos estado muy activos en los últimos años en cuestión de giras, era uno de los objetivos cuando comencé. Hemos ido siempre con solistas muy importantes y a destinos variados, algunos más infrecuentes como Latinoamérica.
Con grandes solistas de personalidades tan distintas como es el caso de Yuja Wang y Krystian Zimerman.
Aparentemente muy distintos. Estamos hablando de grandes pianistas técnica y musicalmente y de personalidades complejas, muy ricas. Con Zimerman, entre septiembre y octubre del año pasado, hicimos todo el ciclo de Beethoven en dos ocasiones. Yuja Wang es la solista a la cual más he acompañado en mi vida, me siento muy cercano a ella personal y artísticamente. Para mí son verdaderos músicos, honestos e íntegros. Muy sensibles como personas y artistas, pero al final, los aparentes extremos son solo a la vista, en capas más profundas ambos son muy similares, requieren de alguien que sea sensible y que les escuche, y esto es muy interesante para un director.
¿Cómo gestionas tu labor de director titular en dos orquestas como la Toronto Symphony Orchestra y la Philharmonique du Luxembourg separadas por un oceáno?
Aunque parezca lo contrario, es muy simple. Estar separados por un océano es bueno porque noto menos conflictos de intereses. Son culturas y contextos muy diferentes y los objetivos son distintos. En dos orquestas más próximas geográficamente sería mucho más complicado organizarse, por ejemplo, en una gira como la de este verano. Pienso que puedo ser un líder o padre musical de ambas instituciones precisamente por esas distancias. La gran mayoría de mi tiempo se reparte entre estos dos pilares y no sufren las dos orquestas. Sí mis actividades como director invitado que han de reducirse al mínimo.
Por desgracia, ¿no?
En parte… pero tengo la satisfacción de estar desarrollando un proyecto. Algo que tengo ya en marcha en Luxemburgo y que supone años de trayecto y que desarrollaré en Toronto en los próximos años. Es bueno reducir al mínimo la sensación de estar volátil y poder profundizar en el contenido y en la intensidad del trabajo realizado al máximo. Las actividades de director invitado son muy divertidas, pero es más superficial; menos problemas, pero menos satisfacciones.
Hablando de los inicios de tu carrera… te fuiste de Valencia muy joven.
Estaba deseándolo. Tenía demasiada hambre de conocer mundo, de desarrollarme, de estudiar y de mejorar. Entonces no era tan habitual. A día de hoy, hay buenos centros y buenos profesores en España, pero entonces había menos. Uno pensaba que tenía que salir al extranjero, a ver mundo a todos los niveles, personal y profesional.
Otro momento crítico en tu carrera fue el salto de la percusión a la dirección de orquesta. Pasar de una posición cómoda en el Concertgebouw a la aventura de la dirección…
Es cierto… uno deja un sueldo estable en una posición muy prestigiosa, en aquella época había poquísimos músicos españoles en una plaza tan importante. Hay momentos concretos en mi vida en los que siento la dirección que me marca la intuición con gran convencimiento. Yo era capaz de hacer este análisis, pensar que dejo esto para alcanzar esto otro, pero sólo en un momento dado vi clarísimo que no había vuelta atrás. La llama que llevaba dentro me estaba llevando en esa dirección y pensé: “tengo sólo una vida, y si esto es lo que me dicta mi interior con tanta claridad, no debo desaprovecharlo”. Haz lo que quieras hacer en tu vida porque otra no tienes. Intelectualmente podría tener dudas, emocionalmente ninguna, y eso es lo que me impulsó.
¿Y cómo fue la sensación la primera vez que diriges a tus compañeros en el Concertgebouw? ¿Tardó en llegar esa oportunidad?
No, llegó pronto de manera inesperada cuando Jansons canceló un concierto. Yo le iba a asistir con lo que tenía muy estudiado el programa. De nuevo tienes que dar un paso adelante… aún así, me di cuenta, cuando subí las escaleras para el primer ensayo, de la gran responsabilidad que era tener a la gran orquesta del Concertgebouw delante de mí… ¡tierra, trágame! Que los músicos apreciaran el trabajo me dio ánimos para continuar.
¿Qué supuso el trabajo con Claudio Abbado?
Me mostró cuál es el camino. Si llegas a vivir el día a día de alguien con su edad, su pasado y con su magnitud, te das cuenta de qué trata esta profesión. Estudiaba a diario, analizando con detalle y con pasión. Una búsqueda incansable. Podía abstraerse de todo el mundo y hablar para sí mismo: “este segundo trombón está un poco más fuerte, las violas deberían hacer tal y cual…”; perderse en los detalles y estudiar una y otra vez la partitura. Nunca tiraba del pasado, nunca se relajaba.
¿Podría decirse que fue tu influencia más decisiva?
Mariss Jansons fue decisivo porque fue el primero a quien asistí y el primero que me dio la oportunidad. Si no hubiera existido Jansons, no hubiera conocido a Abbado. Fue primordial en su momento y a continuación Abbado fue la rampa definitiva. Sin ellos no hubiera llegado a creerme que era posible.
Desde tu atril en el Concertgebouw has vivido toda la historia reciente de la orquesta
Es una de esas instituciones muy particulares y para mí obviamente muy querida, como una familia. Puede depender del día o del repertorio, pero es una de esas orquestas que no sólo son buenas, sino que además tiene glamour, sofisticación. Lo sofisticado no te da de inmediato el resultado, necesita que se le entienda, saber cómo tratarlo. Exactamente igual que lo que decíamos de Zimerman o Wang, saber cómo interpretar lo que recibes de ellos y cómo establecer el nexo. Entender lo sofisticado no es simple, pero si lo consigues, el resultado está fuera de nuestra imaginación. Y eso es lo que pasa con todos los grandes que han pasado por la orquesta.