Los estrenos en Bayreuth suelen convocar la atención mediática, por un motivo u otro. Este año toca reimaginar Parsifal y, semanas antes de la premiere, algunos de sus asuntos ya ocupaban primeras páginas en muchos medios: la espantada de Andris Nelsons por desavenencias con el director artístico del festival, el siempre polémico Christian Thielemann, y el temor a un atentado islamista por algunas escenas supuestamente irreverentes. Presagios de lo que estaba por venir.C
Lejos de los sugerentes excesos de las últimas producciones de Parsifal en la colina verde, la propuesta de Laufenberg supone una vuelta a la inocencia, a la simplicidad, recreándose en lo más literal de las posibles miradas. Apuesta por una visión panreligiosa de la obra, por una lectura de redención que transciende a la cristiandad y se extiende a las otras religiones abrahámicas. Hay algo de colonialismo sospechoso en ese final feliz con Parsifal redentor, rubio y armado de la cruz, liderando la liberación de musulmanes y judíos, pero el principal problema de la propuesta estaría más bien en la factura escénica. Laufenberg se empeña en hacer evidente lo que el libreto, sabiamente, solo sugiere. Sabemos que Amfortas revive la pasión de Cristo, que fue seducido sexualmente por Kundry y que Kingsor tiene una relación de amor-odio con la cristiandad. Insistir obstinadamente en estos puntos tan solo encumbra lo obvio y limita el alcance de su interpretación. Los símbolos quedan reducidos a sus significantes y, paradójicamente, las pretensiones de universalidad de la obra son heridas de muerte, por mucho que se nos recuerden con unas proyecciones del cosmos que parecen sacadas de Google maps.
Algunas escenas, como las de las muchachas flor en niqab, o el templo del grial como fotografía de guerra y refugio para los más necesitados, tienen un buen atractivo visual, pero carecen de desarrollo y, definitivamente, no compensan el carácter pueril del edén del tercer acto o los ya mencionados vídeos. Se adivina una lectura ambiciosa, postreligiosa, que propone una visión unificadora de las diversas creencias, redimidas del sufrimiento y liberadas de lo accesorio. Una idea que hubiera podido funcionar mejor de no ser por una realización tan decididamente epidérmica.
El elenco vocal fue, por contraste, motivo de bastantes satisfacciones. Andreas Schager, que se estrena en el festival, sustituyó a un indispuesto Vogt y dio una buena exhibición de ímpetu wagneriano. Creíble dramáticamente, su interpretación explora sobre todo el lado heroico del personaje -se podía argumentar que su Parsifal sonó mucho a Sigfrido- y se cimenta en un agudo brillante y en la potencia de la plena voz. Frente a él, Elena Pankratova, tiene los recursos vocales para una buena interpretación. No fue la suya una Kundry de alto voltaje ni seductora –en parte por tener que permanecer separada de su inocente víctima durante el todo el segundo acto–, pero resuelve su faceta torturada y reflexiva.