El lenguaje coreográfico de Jacopo Godani bien podría asimilarse como prototipo de la simbiosis artística entre música y danza. El movimiento interactúa con extraordinaria destreza, tejiendo una polifonía que yuxtapone lo corporal con la forma musical propuesta por el nacionalismo de Béla Bartók, con el clasicismo impresionista de Maurice Ravel y con la extravagancia electroacústica de 48nord. El elenco de la Dresden Frankfurt Dance Company nos adentra en un viaje por las capacidades físicas del cuerpo, donde el enfoque clásico del ballet se transforma según las premisas de la danza contemporánea. La influencia de William Forsythe en la estética creativa sugerida −como fundador de la institución−, es parcial pues Godani ha logrado erigir su propio estilo dotando al ballet de una entidad característica.
Los cuerpos se remueven en un agitarse que desafía los límites de su propia estructura. Su integridad morfológica se difumina, se distorsionan sus formas para hacer del cuerpo un armazón fragmentado. El mover muscular que sustenta sus esqueletos traspasa el umbral de sí, y el fluir energético, discurre por el aura que rodea a los bailarines. La corriente emocional se irradia a través de los vértices articulares, confluencia del danzar fracturado que perdura en todas las piezas hasta el cierre del telón. Una interpretación singular, que sacude al espectador con el imaginario múltiple que alberga cada obra. Unos cuerpos que asemejan buscar constantes su transfiguración. No es de extrañar que Godani advierta las habilidades de sus bailarines: "Si por algo destacan es por su fuerza física, una técnica impecable y una energía creativa brutal".
La simetría del Cuarteto para cuerda núm. 4 de Bartók se proyecta al delirio corporal que progresivamente conquista la escena. Los miembros del Ensemble Modern envuelven la atmósfera con un sonido amplificado que se inserta en los cuerpos de los trece bailarines que componen el enigma óseo de Metamorphers −estrenado el 16 de noviembre de 2016−. La musicalidad de los movimientos armoniza con las diferentes intensidades que ofrece la partitura. El desarrollo de motivos musicales durante los cinco movimientos, junto con las correspondientes intervenciones de violines, viola y violonchelo se entrecruzan coreográficamente en dúos, cuartetos, sextetos y otras combinaciones heterogéneas en una danza instintiva. Movimientos que se prolongan en los cuerpos del otro, se retuercen y se filtran introspectivos en figuras escultóricas, pero también explosivos en la expresión vigorosa de la potencia física.
Le sigue Echoes From a Restless Soul, estrenada el mismo día que la anterior, en la Bockenheimer Depot de Frankfurt. El idilio poético de Aloysius Bertrand se mimetiza en el tacto de Svjatoslav Korolev. Sus manos ocupan las teclas y se apoderan de la sonoridad polifónica del piano en una exhibición virtuosa. Sus poemas son una alegoría de las criaturas que habitan un mundo ilusorio, donde los cuerpos de cuatro bailarines hacen de su danzar una experiencia hipnótica que recrea esa atmósfera romántica de Maurice Ravel. El piano comparte espacio con los bailarines en esta interpretación de las dos primeras partes de Gaspard de la nuit: Ondine y Le gibet, una composición que Godani traduce al lenguaje del movimiento. La proyección del telón de fondo evoca el mundo onírico cercado por esa humareda fluctuante, que brota del suelo como si se tratara de los vapores ardientes subterráneos. La coreografía evoluciona en la alternancia entre pas de deux y pas de quatre, en un ondular libre del cuerpo. La utilización de las puntas rememora los personajes fantasmales del ballet romántico, subvirtiendo la imagen idílica de las willis o las sylphides hacia una ruptura de los parámetros estéticos establecidos.