Llegó a Madrid una de las citas más esperadas de la primavera, con nada más y nada menos que L’Orfeo de Claudio Monteverdi, interpretado por uno de los grupos que más se ha volcado en la música del compositor de Cremona en los úlitmos años, Les Arts Florissants. El público de los Teatros del Canal presenció una de las producciones más fieles de las últimas décadas a lo que habría sonado originalmente de esta favola in musica de 1607.
Como bien argumenta en las notas al programa Paul Agnew, que en esta producción tiene la triple faceta de cantante, director musical y director de escena, su intención era la de recrear cómo habría sonado en su estreno en un salón del palacio de Mantua; para ello, utilizó un conjunto reducido de músicos, alejándose de las propuestas que se orientan hacia una dimensión y sonido más 'sinfónico': tan solo dos violines, dos violas, flautas y trombones, y dos grupos de continuo formados cada uno por archilaúd, viola da gamba / violone, y clave / órgano / regal. En cuanto a los cantantes, Agnew también apostó por un mínimo de personal, ya que los mismos solistas realizan los coros de la ópera (de nuevo, como se realizaba originalmente). En cuanto a la puesta en escena, decidió incluir a los propios instrumentistas en ella, formando una magnífica unidad, con los menores recursos de atrezo y escenografía, pero recreando ese ambiente pastoril de la ópera, basándose en iconografía de la época.
El reparto estuvo formado casi en su integridad por jóvenes cantantes habituales en las producciones del conjunto francés. Destacable fue la labor de Cyril Auvity en el papel de Orfeo: se trata sin duda de uno de los papeles más complejos y de mayor carga de la historia de la ópera. La segunda parte le pertenece casi en su totalidad. Debido al amplio registro del papel, lo pueden interpretar tanto tenores como barítonos. En el caso de Auvity, tenor, mostró gran solvencia en los graves aplicando el concepto de 'recitar cantando' que Monteverdi crea. Auvity se lució en escenas como el lamento "Tu sei morta" o el complicadísimo, tanto en agilidades como en afecto textual, "Posente espirito". Se trata de una voz limpia como muchas de las que componen el conjunto francés, siempre sujeta a las cualidades afectivas del texto. Hannah Morrison, en los dos papeles que encarnó (Euridice y el archifamoso prólogo de la ópera, La Música), con una voz no demasiado grande, se encontró totalmente dentro del estilo, sin acometer demasiadas agilidades u ornamentaciones fuera de lo que está escrito, como hicieron gran parte de los cantantes, para ofrecer este Orfeo íntimo y emocionante.