La lírica de Leonard Cohen ha traspasado la palabra entonada de sus canciones para ilustrarse en una danza efectista, que narra al poeta y que hace de la luz un actante de la puesta en escena. Les Ballets Jazz de Montréal es la segunda apuesta del Festival de Danza de Oviedo, programado en el Teatro Campoamor entre los meses de marzo y junio. El ballet Dance Me –estrenado en Montréal el 5 de diciembre de 2017– se esperaba en el escenario de la ciudad asturiana en el 2020, pero las circunstancias sanitarias obligaron a cancelar el evento. Quizás la espera ha sido demasiado larga para aquellos fans que han querido reavivar su música a través de la danza, no como adorno, sino como vehículo para transitar por una historia que tiene que ver con las vivencias humanas.
Sin que el espectador perciba una diferencia en el conjunto de la pieza, son tres los coreógrafos que componen la partitura: Andonis Foniadakis, Annabelle Lopez Ochoa e Ihsan Rustem. En su lenguaje se explotan las danzas de grupo, los dúos y los solos, sucediéndose alternadas, y además, en diálogo con el resto de elementos que constituyen el ballet. En este caso, los recursos lumínicos, las proyecciones multimedia y el uso de los elementos de la utilería, completan los significados simbólicos que las letras cuentan en la repetición de su estribillo o en la cadencia de la voz narrada. Su habla se vivifica en aquella presencia evocada del intérprete o intérpretes, que con gabardina y sombrero vestidos, pisan la escena, en un deambular que no ha perdido su horizonte, que preserva la dirección marcada por la luz. Sus palabras se trazan en el aire en el característico sonido de las teclas de las máquinas de escribir, evocando la labor del artista como poeta de la música. Y es a través de la voz rota de Cohen por la que la danza toma forma: quiebra la calidad del movimiento, fragmentado en dinámicas, en acentos y en ocasiones oculto por la sombra que se oscurece ante la falta de luminosidad. La variación del juego de luces, diseñada por Cédric Delorme-Bouchard y Simon Beetschen, explota muchos de los usos posibles. Además, adquiere una simbología: fuego que late entre las manos de los bailarines, parpadeos discotequeros, cenitales de cantautor, contraluz minimalista que hace del cuerpo silueta o focos laterales que suspenden el aire y prolongan la mirada del intérprete. Las transiciones conseguidas con el oscuro o con el silencio, alteran la retina del espectador en varias ocasiones, por situar los focos de luz hacia el público. Un recurso este frecuente en otras propuestas actuales en el repertorio interpretado en los escenarios españoles, y que, si bien ciegan momentáneamente al espectador, contribuyen a aumentar la aureola mística de un mito del jazz como es Leonard Cohen.