La música de Offenbach lleva tiempo reivindicándose a sí misma, por suerte más allá de Los cuentos de Hoffmann que siempre han estado, más o menos discretamente, en escena. La paleta de colores, la exuberancia tímbrica y la profusión melódica cristalizan en Hoffmann, pero ya sobrevolaban en la música del autor mucho antes, y una partitura como la de La gran duquesa de Gerolstein preludia ciertos matices y evidencia algunos recorridos pioneros. Eso no quita que la partitura esté trufada de lugares comunes en el género, de bailes incrustados, de tipos actorales fijos o sobreentendidos ya muy evidentes.
La propuesta de adaptación del Teatro de la Zarzuela lleva a su territorio la opereta, pero en la traducción se pierde algo del sentido crítico original hacia el dislate bélico francés y, más importante todavía, mucho del cuestionamiento del compositor hacia el público, a quien en cierta forma adoctrina y moraliza con melodías de una pretendida candidez y armonías de escuela. La labor de Cristóbal Soler en este sentido es encomiable: se trata de dar coherencia a un libro podado que respira entre cancanes y marchas, y procurar que tanto pim-pam-pum no decaiga en las cerca de tres horas que dura. Lo consiguió dirigiendo con brío pero sin crispar, con un pulso milimétrico e intentando aportar colores tímbricos donde la partitura lo permitía. Buen trabajo de la ORCAM, si no brillante sí bastante bien resuelto.
El montaje venía envuelto en la escenografía resucitada de Pier Luigi Pizzi de 1996, que ya en su día no fue de sus mejores trabajos, y que de tan sencilla llega a abúlica (¿tres actos con idéntico escenario?), además de no haber envejecido con dignidad. Luces azul tenue y tres casetas entre lo militar y lo playero tampoco dan para grandes alegrías, por mucho que giren sobre sí mismas. La dirección de escena estaba supervisada por Massimo Gasparon, y se echó en falta algo de equilibrio en la distribución de masas corales y un mejor aprovechamiento de la pasarela que circundaba el foso. En cualquier caso, las coreografías de algunos números pecaron de rancias, como la que colocaba al general Bum persiguiendo por medio escenario a un grupo de mujeres para pellizacarlas el trasero frente al alborozo de éstas.