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La forza del destino a todo pulmón: el brío verdiano arrasa de nuevo en el Gran Teatre del Liceu

Por , 11 noviembre 2024

Es sabido que La forza del destino acarrea una fama poco amable con ella misma, transitando de puntillas por las programaciones entre maldiciones y consideraciones estilísticas. Pero al menos, en la ciudad condal, es la segunda vez consecutiva (en poco más de diez años) que arrasa y revierte su condición de gran ópera, con la misma propuesta que ya se ha hecho internacionalmente conocida. Jean-Claude Auvray vuelve al Liceu para rescatar una producción estrenada para la Ópera de París del 2011, y que más tarde se podría ver en la temporada liceísta del 2012. Para llevar a cabo la complejidad espacial y el desarrollo (no tan) enrevesado de la trama que plantea esta obra verdiana (inspirada en la del Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino) la mirada narrativa se aposenta en el vacío espacial del escenario como resolución a la multiplicidad. Envuelto de contados elementos escenográficos, las líneas musicales de Verdi se dejan deslizar por las telas del destino que trazan las escenas y visten de fatalidad las vidas de los protagonistas.

Escena de La forza del destino en el Liceu
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

La mirada de Auvray para esta ópera repleta de giros argumentales, se centra en el contexto de unificación italiana de entreguerras; sin necesidad de grandes modificaciones ambientales entre la trama original y su planteamiento artístico (algunos efectos estilísticos en el vestuario de Maria Chiara Donato o la gran proclama grafiteada de ¡Viva V.E.R.D.I! -Viva Vittorio Emanuele Re D’Italia- dejan entrever el ínfimo traslado temporal), Auvray hace del ‘menos es más’ el salvaconducto escénico que cohesiona fluidez y claridad narrativa. El escenario, se intuye; los personajes, se sienten. Los elementos son mínimos para delimitar atmósferas y cuadros escénicos, haciendo que el protagonismo recaiga en la dimensión musical por unos solistas, coros y orquesta que se dejan la piel. Y es que la obra no necesita de más: el protagonista real de Verdi está presente en todo momento, y se convierte en el elemento que fundamenta todo lo demás.

Artur Ruciński (Don Carlo), Brian Jagde (Don Álvaro)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

El destino como protagonista, que nadie ve pero que aplaca con todo, a veces se muestra en pleno escenario, otras se esconde por los rincones y en otras, abraza a los protagonistas, pero está constantemente presente. Se presencia en las telas escenográficas de Alain Chambon, que hacen a la vez de telón de fondo del drama personal del personaje de turno, o bien lo envuelve en su soledad, o bien le impide ver detrás de su ira, o bien le acaba sirviendo de propio sudario. Con cierto aroma de ópera religiosa (dada la copiosidad de referencias al pecado, la piedad o la redención), todas las virtudes de los personajes son arrastradas por la musicalidad, el simbolismo, la nocturnidad escénica y la austeridad decorativa, potenciando la turbiedad dramática e incrementando la potencialidad de recursos efectivos.

Anna Pirozzi (Leonora)
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

De este ‘menos es más’ se vieron beneficiados, y puestos a prueba, el canto de solistas y coro. El espacio posibilitado para el desarrollo lírico, en este caso libre de dramaturgias imposibles, produjo la acentuación del melodrama en potencia, defendido con nombres y apellidos. Anna Pirozzi destacó por la amplia gama de contrastes que aportó a su torturada Leonora; de la fragilidad al dramatismo, Pirozzi demostró no sólo un dominio innegable de registros, sino también la energía interpretativa para llevar la esencia verdiana a lo más rico del lirismo y el refinamiento. Su hermano en el escenario, Artur Ruciński en la piel de Don Carlo, resolvió con sobrado rendimiento (algo a lo que nos ha acostumbrado, felizmente, su versatilidad) las energías de su personaje; ya hace tiempo que Ruciński se ha convertido en un motivo de alegría en cada programación, ya que no falla en resolución y exigencia. Brian Jagde defendió un Don Álvaro pletórico; su proyección y entonación, potente y grandilocuente, hicieron de él la tercera y última pieza de este triángulo protagonista, definitivamente bien acertado. Destacaron también como parte de este reparto la cavernosidad vocal de John Relyea como Padre Guardiano, o la comicidad como contrapunto de Pietro Spagnoli, en el papel de Fra Melitone. La totalidad vocal acabó por conformarla el coro, fuertes protagonistas en esta obra, donde su papel y función se intensifica, abarcando momentos memorables de conjunto y teniendo esa amplitud espacial tan codiciada para el ejercicio. 

Coro del Gran Teatre del Liceu
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

Capitaneando toda la partitura, Nicola Luissotti fue el broche de oro; hizo alarde de conocimiento y tino en la ejecución, subrayando el detallismo de los pasajes y aportando la variabilidad energética que demanda los diversos momentos sonoros en un ejercicio llevado a cabo por la maestría. 

La forza del destino de Auvray y Luisotti brilló en su estreno, una vez más, en el teatro catalán; entre alegoría, estilo y coherencia, sacudieron posibles maldiciones futuras con brío y a pleno pulmón.

****1
Sobre nuestra calificación
Ver la programación
Crítica hecha desde Gran Teatre del Liceu: Sala, Barcelona el 9 noviembre 2024
Verdi, La forza del destino
Nicola Luisotti, Dirección
Jean-Claude Auvray, Dirección de escena
Alain Chambon, Diseño de escena
Maria Chiara Donato, Diseño de vestuario
Laurent Castaingt, Diseño de iluminación
Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu
Coro del Gran Teatre del Liceu
Leo Castaldi, Director de reposición
Anna Pirozzi, Leonora
Artur Ruciński, Don Carlo
Brian Jagde, Don Alvaro
John Relyea, Padre Guardiano
Caterina Piva, Preziosilla
Giacomo Prestia, Marquis of Calatrava
Pietro Spagnoli, Fra Melitone
Moisés Marín, Trabuco
Laura Vila, Curra
Pablo Assante, Dirección de coro
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