Siempre genera expectación el estreno de una obra de encargo. En una época en que la música que se interpreta en nuestras salas no suele ser representativa de nuestro sentir contemporáneo, una obra de estreno se celebra como un acontecimiento excepcional. Cierto que también se interpretó a Falla y a Prokofiev, pero ambos son bien conocidos por el público madrileño (el concierto de violín del que hoy hablamos se estrenó en Madrid), y a estas alturas ya se tienen por una apuesta segura, toda vez que en otras ocasiones la interpretación de sus obras ha cosechado notables éxitos. Además, esperábamos a María José Montiel, aunque unos días antes anunció que cancelaba por motivos de salud, y al director madrileño Miguel Romea.
El concierto se inició, pues, con la obra de encargo Herbe de dune, del también madrileño José Manuel López López. El programa de mano contenía una significativa explicación de la obra, firmada por el propio autor, que ofrecía las claves para aproximarse a la audición de una obra formada, entre otras cosas, por una “multiplicidad de escalas temporales que abren puertas impensadas hacia una energética sonora más allá del equilibrio”. Pero más allá de las palabras y de las explicaciones se encuentra la experiencia sonora y en este aspecto Miguel Romea y la Orquesta Nacional no defraudaron. Juntos exhibieron como línea general una imponente ductilidad sonora que impregnó la sala de una llamativa multiplicidad cromática y de un movimiento rítmico incesante, que combinaba eficazmente la notación musical pura con la percepción de imágenes extra musicales. Quienes disfrutaron la obra harán bien en reconocerle mérito al director Miguel Romea, que con una seguridad sin concesiones orientó a la orquesta a través de este vaivén rítmico en busca de un discurso musical artístico sin regodearse en los efectos instrumentales, que, por cierto, resultaron, a pesar de su abundancia, interesantes.
El caso es que estrenar una obra, como ha ocurrido siempre, conlleva también el riesgo del repudio y por ello, entre los numerosos “Bravos” también se alzaron los “Fueras”, y todo ello mientras el compositor saludaba al público y agradecía con gestos el singular trabajo de la orquesta. No quedó ahí el elemento anecdótico, pues también tuvimos que presenciar el espectáculo de dos ancianos que, disputándose un asiento, a punto estuvieron de llegar a las manos ante la atónita mirada de los miembros de la orquesta.