Pensando en Bach. Así anunciaba la Universidad Autónoma el recital de Nicolas Altstaedt, las Suites para violonchelo solo, apuntando, además, una idea que conviene subrayar: que aquí lo que prima es Bach, y que el genio del intérprete no consiste en llamar la atención sobre sus propias virtudes, sino en valerse de ellas para traducir una obra misteriosa, plagada de incertidumbre historicista sobre su gestación, su existencia y (también se ha observado alguna vez) su autoría.
Con todo, la primera sensación tras las primeras notas del celebérrimo preludio de la Suite en sol fue un tanto incierta, debido a esa costumbre que tienen algunos solistas de comenzar a tocar antes de que todo el mundo se siente, y así los primeros compases se confundieron con el ruido que hacían los rezagados. Posteriormente ocurriría lo mismo al inicio de la segunda parte. Sin embargo, este criterio redundó en un aspecto elemental de la forma preludio, que, según las fuentes, se improvisaba, y que servía para establecer la tonalidad y definir el temperamento de la obra. Los Preludios sonaron siempre con un aire improvisado, con un tempo adecuado a los ritmos escritos, pero con algunas concesiones eficientes con respecto al pulso. Cada Preludio sugirió efectivamente el afecto individual de cada Suite, contrastando la alegría reposada con la meditación resolutiva, la solemnidad moderada con el dramatismo impetuoso.
Tras los Preludios, las danzas se sucedieron con una eficiente sensación de unicidad, debida en gran parte a una acertada elección del tempo. Sin duda lo más llamativo fue la trepidante velocidad escogida para las Courantes, que llegaron a ser rápidas y desenfrenadas: se diría que el solista interpretó estas danzas siguiendo a rajatabla su significado etimológico (Courante proviene de Corrente, que a su vez deriva del latín “curro”, es decir, “correr”). A su vez las Gigas, rápidas y brillantes, resultaron ser un ejercicio de virtuosismo insuperable. Tampoco le faltó fuelle a la Gavota de la Suite en do menor, que sonó rabiosa y resolutiva. Entre las danzas lentas habría que destacar la Sarabanda de la Suite núm. 5, expresiva, mágica y sobrecogedora, pero estropeada, eso sí, por un estruendo de toses prorrumpidas durante los compases más reflexivos. Maestro del tempo y del afecto, también se mostró Altstaedt brillante en la enunciación del sonido y en el equilibrio de las tensiones dinámicas propiciadas por los cambios de intensidad graduados y escalonados. En este sentido, el nivel de tensión conseguido en el Preludio en re menor por medio de una arquitectura brillante de la progresión melódica resultó inolvidable.