The Royal Ballet ha deslumbrado la escena madrileña −ávida del encanto del buen ballet−, con una producción cuidada hasta el detalle y unos protagonistas espléndidos. Liam Scarlett ha sabido conjugar la estética tradicional clásica del ballet de Tchaikovsky, el canon académico del “Royal” y una visión fresca, responsable con la coherencia narrativa de Lago de los cisnes. El concepto se conserva “intacto” tras un proceso intenso de investigación, en el que se han contemplado las aportaciones de los distintos maestros que la abordaron. Se recupera el prólogo expositivo, no se prescinde −en el I y en el IV acto−, del pas de deux entre Odile y Siegfried ni de variaciones para los personajes de Benno y Von Rothbart, se incorpora la danza napolitana de Frederick Ashton y se ofrece un final acorde con el desarrollo trágico del ballet. Los personajes se humanizan, dotando de mayor credibilidad a las motivaciones internas que rigen sus acciones; se evidencia con claridad el viaje que experimenta cada rol dentro de la trama y se tejen los hilos necesarios para comprender el discurso dramático.
Se alza el telón.
La imagen del remolino sobre el lienzo nos arrastra a un mundo onírico, víctimas de su fuerza centrípeta e hipnotizados por el embrujo. Tras una tela semitransparente vislumbramos el hechizo que somete a Odette a perecer bajo la apariencia de un cisne. Su transformación inversa cerrará la pieza, a modo de estructura cíclica, envuelta en un halo melancólico de tragedia. Los claroscuros de la iluminación de David Finn evocan en los “actos blancos” escenas naturalistas cercanas a lo pictórico. Mientras, la majestuosidad de la corte se exhibe en las vigorosas columnas que franquean la gran puerta de entrada a palacio y en el rococó salón dorado, presidido por una gran escalinata aureolada por frescos. John Macfarlane es el creador del diseño escenográfico y del vestuario, ambos de una riqueza y belleza visual majestuosa.
Tras el preludio narrativo, la sombra de Von Rothbart “vela” por los intereses de la corte tanto en la celebración del aniversario del príncipe −acto I− como en el baile real −acto III−. Scarlett lo inmiscuye en la comitiva real, como consejero de la reina y Gary Avis conserva el aire tétrico del brujo, con el porte siniestro de su forma humana. El peso de este personaje se cierne sobre la figura del príncipe Siegfried. La tristeza por la muerte de su padre ensombrece sus ojos con una nobleza etérea y Vadim Muntagirov asume la interpretación con extraordinaria limpieza técnica. Sus entrechat six se elevan por encima del cuerpo de baile con gran precisión en el batir de piernas, la extensión de sus arabesques no encuentra límite en la espalda y sus brazos prolongan unas líneas gráciles de expresividad exquisita.
En un tono distinto, el resto de presentes disfrutan distendidos del festejo. El pas de trois entre las hermanas de Siegfried y su amigo Benno se ejecuta con gallardía expresiva, complicidad y complejidad técnica. Akane Takada, Francesca Hayward y Alexander Campbell son el tándem perfecto, entusiasta y vivaz, que se opone a la melancolía del Príncipe.