Haciéndose eco del centenario del estreno de la icónica obra de Falla, el Teatro Real acogía la visita de la Mahler Chamber Orchestra con Pablo Heras-Casado al frente para mostrar un crisol creativo que se fraguó en unos pocos años y un eje aparentemente alejado como es el que se teje entre el compositor gaditano y Igor Stravinsky. Obras de sendos autores constituían un programa marcado por la estética neoclásica, si bien con distintos matices, en el que los medios expresivos de la dimensión camerística resaltaron con brillantez.
Las dos obras de Falla, separadas por la suite de Pulcinella de Stravinsky, tenían además el vínculo peculiar de utilizar el clavicémbalo de manera muy señera. El propio compositor siguió los consejos de Wanda Landowska para ese instrumento en El retablo de maese Pedro, y luego escribió, con expresa dedicatoria, el Concerto per clavicembalo. En la velada de anoche, la parte corrió a cargo de un intérprete de primer nivel, Benjamin Alard, que demostró equilibrio en todo momento, buen entendimiento con los demás músicos y expresividad. Brilló especialmente en el Concerto, una página en las que Alard estuvo acompañado por algunos de los solistas de la MCO y que recoge algunas de las intuiciones más radicales del compositor andaluz. Heras-Casado dirigió –aunque más bien, dado el reducido orgánico de esta página, podríamos decir que supervisó– con atención, cincelando los diversos temas en un flujo que destacó por su concatenación rítmica y juego de alternancias de las voces.
Posteriormente, con el ingreso al completo de la formación, tuvo lugar la suite extraída de Pulcinella, página icónica del periodo neoclásico. Construidas a partir de temas barrocos, estas páginas son el ejemplo claro de lo que sucedía cuando Stravinsky se acercaba a la música del pasado. Algo que fue objeto de las resentidas críticas de Adorno, pero que en realidad constituye una transfiguración del pasado, una fusión de las temporalidades. Aquí, Heras-Casado se mantuvo en unas sonoridades livianas, de gesto amable y encandilado, agregando con parsimonia los elementos más burlones que aparecen en los números finales de la suite. El sonido estuvo bien empastado, sin excesos ni efectismos; y las dinámicas se movieron en un abanico bastante amplio, aunque se manejaron sin demasiado contraste. La MCO pareció dar sus mejores momentos en las páginas de velocidad más sosegada, donde destacó en particular la tersura de la cuerda en su diálogo con el viento madera, faltando en cambio algo de nervio y decisión en los momentos más jocosos.