Démosle otro merecido aplauso al Teatro Real. No solo nos sigue asombrando con esas heroicas funciones de Sigfrido, sino que además, y mientras ensaya ya su próximo Peter Grimes, se atreve a compaginarlas con una nueva producción en el extremo opuesto de los presupuestos de la lírica: Norma, una de las cimas del bel canto. Es esta sin embargo una apuesta con un resultado menos rotundo que el de su compañera simultánea de cartel.
La nueva propuesta de Justin Way provoca inicialmente el justificado rechazo que debe causarnos cualquier escenografía que exhiba el cartón piedra de una manera tan descarada, me atrevería a decir que insolente. No sirve como excusa la idea del teatro-dentro-del-teatro que vertebra su interpretación abierta del libreto –los materiales escénicos parecieran de una producción del Fantasma de la ópera a la que se le ha quedado corto el presupuesto. Pero según avanza la trama, hay que reconocerle al australiano la capacidad para construir unos personajes creíbles con los que el espectador actual puede conectar: esa Norma madura, actriz protagonista de su propia tragedia o una Adalgisa para la cual la sororidad parece ser un asunto tanto de clase como de género. Es altamente recomendable atender a los personajes individuales y obviar los aspectos panorámicos y corales.
Es además necesario acercarse a la Norma de Yolanda Auyanet sin los prejuicios con los que las grabaciones históricas han colmado, muy especialmente, este papel. Su sacerdotisa cumple en la faceta lírica con un canto refinado, bellas agilidades, delicados pianos y un fraseo algo corto, aunque elegante. Pero Auyanet destaca, sobre todo, por su aspecto dramático. En su “Casta Diva” hay momentos ligeramente estridentes en los ataques y fraseos del agudo, pero que deben entenderse desde esta perspectiva, no son alabanzas a la luna, sino la expresión de los conflictos internos de una actriz en decadencia aquejada de serios problemas de pareja. No deja una actuación vocal de referencia, pero sí una interpretación extraordinariamente creíble del personaje, con la que es inevitable empatizar –todo un logro, recordemos que hablamos de bel canto.