Bajo el epíteto "Auroras Boreales. Músicas del frío", la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias inauguró el primero de una serie de tres conciertos que tienen como objetivo aunar la música de creadores contemporáneos con grandes clásicos.
En efecto, el estreno en España de Cielo de invierno, de Kaija Saariaho se halla excelentemente justificado por mostrar esa naturaleza onírica y espectral de los fenómenos atmosféricos que denominan este ciclo. Rossen Milanov realizó un verdadero trabajo de angustiosa contención desde el primer sonido, y a partir de ahí fue en un constante crescendo, pero sin abandonar ese universo misterioso donde nos pretende situar. La propuesta de Saariaho se mueve siempre en dos planos: unos constantes pedales otorgan un sentido de profundidad y misticismo, y la creación de pequeñas células sonoras fundamentadas en la descomposición de los armónicos que giran en pulsación constante. La obra refleja el intenso trabajo en lo que a texturas y colorido orquestal se refiere, está muy influenciada por la música electrónica y, sin rechazar la tonalidad, resulta cercana y familiar. Todo ello contribuyó a otorgar un más que digno comienzo de sabor gélido.
Hizo entrada entonces Ludmil Angelov, gran adalid de la música de Chopin. La partitura elegida fue el Concierto para piano núm. 1 en mi menor, op.11, una obra elaborada cuando el compositor apenas contaba con 20 años, llena de promesas de juventud, aunque en este caso interpretada con madurez.
El primer movimiento comenzó un tanto frío e inestable, aunque contenido en las dinámicas, sí fue veleidoso en cuanto a los cambios de tempo, la orquesta parecía que trataba de perseguir al director que aceleraba incontinentemente algunos pasajes. La llegada del primer tema y la entrada del solista apaciguaron esa inicial inestabilidad sonando todo mucho más chopiniano, sin embargo esto no fue golpe de efecto, ya que puntualmente esa tendencia continuaba surgiendo en ciertos episodios, cubriendo esa luminosidad característica de Angelov, sobre todo donde prevalecía la mano izquierda. El primer movimiento sirvió para ajustar esas discordancias, y verdaderamente ahí se quedaron, solista y director llegaron de la mano a la Romanza y sonó muy bella, a pesar de la complejidad que añadieron a una versión asaz lenta. Si bien la obra no es excesivamente agradecida para la orquesta, Milanov la contuvo bien y entendió perfectamente la interpretación que el solista realizó, que con total libertad se recreaba en los ritardando, aunque sin resultar abusivo. Sonó poco aquel fagot que endulza todavía más la melodía tan lírica de Chopin.