Origen. La semilla de los tiempos remite desde el título a una genealogía, a una temporalidad alternativa, al punto de invocar no ya solamente una lejanía cronológica, sino algo más conceptual y metafísico. Lo que se revela desde el principio es la declinación plural del origen, o mejor dicho, el origen como punto de interconexión entre dos universos: el de la danza trasfigurada que trae el Ballet Flamenco de Andalucía y el de la música barroca que llega de la mano de la Accademia del Piacere.
Fahmi Alqhai y Patricia Guerrero dan vida a un espectáculo que busca las afinidades electivas entre esos universos: la música barroca de factura española se mezcla con la guitarra flamenca de Dani de Morón; la danza de corte y taconeo flamencos se plasman en un contexto estilizado y abstracto con la puesta en escena de Juan Dolores Guerrero; y el canto lírico de Quiteria Muñoz convive con el cante de Amparo Lagares.
El corpus de piezas escogidas no responde a un criterio historiográfico o una reconstrucción de una época precisa, si bien ese origen podría encontrarse en la Sevilla del siglo XVII, receptora todavía de mucho de lo que venía de ultramar, incluidos los ritmos y los sonidos que se fueron incorporando especialmente en la música de baile europea. La música es funcional al movimiento, construye el clímax de una serie de cuadros en los que se transita por diversos estados emocionales, desde el desenfado hasta la solemnidad, pasando por el frenesí báquico. Gran trabajo también el de Pablo Árbol en el diseño de un vestuario que es central en la producción: los mencionados estados emocionales estuvieron bien identificados con colores vivos, lo que aumentaba esa sensación de lienzo, de pintura en movimiento y que gracias a ese movimiento se asemejaba a una abstracción.
En cuanto a la ejecución musical, no cabe sino reconocer la excelente calidad de los músicos de la Accademia del Piacere, capaces de sonoridades muy interesantes y de recorrer todos los registros de la música barroca para encontrar los puntos de contacto con el flamenco. Construyeron las piezas con espontaneidad, sin renunciar a cierto grado de improvisación, imprimiendo frescura y desparpajo, e inteactuando con el cuerpo de baile, sobre todo por la yuxtaposición rítmica entre los músicos y el taconeo de los bailarines, realmente virtuoso, produciendo un efecto de gran impacto, hipnótico por momentos. La única nota mejorable fue un problema técnico, esto es, la amplificación más bien plana del conjunto instrumental, tal vez por razones de espacio, que impidió apreciar mejor ciertos matices.
Del cuerpo de baile cabe decir que es relojería suiza con alma andaluza: preciso en sus entradas, natural en sus movimientos, bien sincronizado y a la vez con desparpajo, aportó el elemento central, a saber el vitalismo que está en todo origen y que hace que la semilla llegue a florecer. Patricia Guerrero supo encontrar el punto de equilibrio entre los estilemas del flamenco con aspiraciones más conceptuales, gracias a un escenario austero, que dotaba de centralidad al elemento humano.
Es un acierto sin duda esta producción, estrenada en el Teatro de la Maestranza hace unos meses, y que cuenta con la colaboración del propio Festival de Perelada, porque se propone revitalizar el repertorio barroco español, a menudo relegado a una segunda fila con respecto a las demás tendencias europeas, y además hacerlo con la verosímil hipótesis de que podría compartir espacio sonoro con el flamenco. Por otro lado, el trabajo de Guerrero y Dolores es sublimación de esa hipótesis a través de su plasmación y recreación en una estética tan primigenia cuanto contemporánea.
El alojamiento en Peralada para Leonardo Mattana ha sido facilitado por el Festival Perelada.
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