Los destellos del alumbrado navideño de Vigo han acogido, con altas dosis de fantasía, la obra Alice de la reputada compañía Momix. La fascinación que se respiraba fuera en las calles de la ciudad, repletas de figuras a gran escala de vibrantes colores, preparó la perfecta atmósfera de quienes decidieron embarcarse a través del agujero del conejo. Parece ser que, en estos tiempos, edulcorar la realidad es el mejor antídoto para sobrevivir en un mundo de ficciones.
Si lo que quiere es viajar con la misma Alicia de las novelas de Lewis Carroll entre madrigueras, puertas diminutas o pasteles que hacen crecer, quizá la versión de Moses Pendleton no es lo que busca. El fundador de la compañía y creador de esta propuesta escénica no pretende llevar al espectador a través de un argumento sólido al que aferrarse; más bien presenta una sucesión de cuadros psicodélicos que fascinan a la vez que confunden.
La mixtura entre danza, ilusionismo y acrobacia es el sello de identidad del grupo, integrado por bailarines potentes en sus destrezas físicas, magos del cuerpo y auténticos performers escénicos. La luz, diseñada por Michael Korsch, juega con el vestuario compuesto por Phoebe Katzin. De modo que, el espejismo de lo que crees ver y lo que es transforma la figura humana, hasta el punto de hacerla mutar entre telas que deforman la anatomía y proyecciones que la vuelven paisaje. Las Alicias se multiplican en la escena, apareciendo cuando menos te lo esperas para recordarte que sí, que sigues en ese “país de las maravillas” en el que las cartas de naipes cobran vida o una manada de conejos puede organizarse como alegato a la finitud del tiempo. Las protuberancias de la oruga azul se convierten en fitball coordinadas que no sólo rebotan en el suelo al unísono, se reúnen o se dispersan construyendo las más variadas imágenes, sino también llegan a reproducir el conocido péndulo de Newton. Ese dispositivo de bolas metálicas suspendidas que permite demostrar la tercera ley del movimiento: cada acción tiene una reacción igual y opuesta a la vez. El choque de un cuerpo sobre otro ocasiona un cambio que va más allá de nuestro control, por muy pequeños que parezcan nuestros actos, la incidencia de ellos es incontrolable, igual que el aleteo de la mariposa.
En esta miscelánea visual hay lugar también para un tipo humor espeluznante, debido al uso de caretas que aumentan las dimensiones del rostro humano. La fotografía de un bebé poniendo morritos y de otro que parece afectado por los signos de la tercera edad, presentan por duplicado a cuatro criaturas extrañas que disfrazan la morfología natural del cuerpo femenino y masculino. Faldas gigantes, armadas con miriñaques, se superponen volviéndose tocados isabelinos o crisálidas a punto de experimentar su metamorfosis. Y, por supuesto, no podían faltar los espejos que transforman el foco desde el que admirar la corporalidad.