Uno de los repertorios donde siempre ha destacado la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile (OSNCH) ha sido el francés. De Berlioz y Bizet, a Messiaen y Dutilleux, las sutilezas galas han tenido un buen eco en el trabajo de la longeva orquesta, así que un concierto dedicado a Ravel y Debussy se anticipaba como un éxito seguro. Más si en el podio tenían al colaborador correcto, y es que el maestro sueco Ola Rudner, en su labor de guía artística, deja entrever una total complicidad con los músicos.
Los asistentes al Teatro Universidad de Chile se expusieron a un viaje musical onírico, sensible, que en su primera parte dedicada a Ravel, se inició con el ciclo Ma mère l'Oye. Estas deliciosas miniaturas sinfónicas, que unen mundo infantil con fantasía se sucedieron de manera prístina, como sugerentes cuadros que un visitante a una galería va contemplando absorto. El pulcro sonido de la orquesta, tan bien controlado por Rudner, no hacía más que invitar a contemplar los colores individuales de la instrumentación. Toda una experiencia coronada con emoción por el movimiento final, bien tratado en su corporeidad.
Lo más notable del Concierto para piano en sol, que siguió a continuación, fue la brillantez con la que Javier Lanis, sólido pianista chileno radicado en Canarias, se sumergió en el carácter diferenciado de cada uno de los movimientos. Mientras su depurada técnica empatizó a cabalidad con las alusiones jazzísticas del primer movimiento y esos aires de bohemia parisina, llegó certeramente al corazón del introspectivo discurso del Adagio, que Ravel modeló en base a los movimientos lentos de los conciertos de Mozart. Por último, el frenesí del Finale nos dejó más que claro el alto nivel de Lanis, quien además se presentará en solitario en el ciclo de piano organizado por el CEAC Universidad de Chile. Y no olvidemos el empático desempeño de la OSNCH. La orquesta, solo con contados desajustes, constituyó la sinergia perfecta para una equilibrada interpretación.