El Teatro Real había planeado un concierto especial para conmemorar el vigésimo aniversario de la reapertura del teatro, con el mismo título que inauguró el coliseo en 1850, con la mítica contralto Marietta Alboni en el escenario y la reina Isabel II entre el público. Sin embargo la crisis de Cataluña dejó vacío el Palco Real y diezmó la anunciada delegación gubernamental. Además, como no hubo venta abierta de entradas, el anfiteatro estaba medio vacío, lo que contribuyó a una gala descafeinada y una atmósfera de ensayo general. Afortunadamente, un reparto joven y entusiasta levantó el ánimo de la noche y logró una buena función de esta obra maestra de Donizetti, en su versión francesa de 1840, con ballet y sin los habituales cortes.
La mezzo Jamie Barton fue la gran triunfadora de la noche con un canto de primer nivel y con buena tensión interpretativa. Su voz es un derroche, basada en un centro sólido, de color fresco y con un bello vibrato rápido, coronado por una franja aguda liberada y voluminosa. Lejos de contentarse con estos medios suntuosos, ha logrado construir una técnica de vieja escuela, que le permite un fraseo matizado, contrastado y siempre coloreado por una paleta rica y, de vez en cuando, con una voz de pecho perfectamente colocada. Sobresalió en todos sus dúos, confiando en su gran estado de forma y en su control del personaje. Su "O mon Fernand" fue una muestra de control de fiato, canto piano y ligado de gran calidad.
Por su parte Javier Camarena tuvo un debut agridulce en el rol de Fernand. Tal vez la falta de más ensayos o una agenda demasiado apretada (acababa de llegar de Los Ángeles donde ha cantado seis funciones de Pescadores de perlas, la última el día 28) han pasado factura a su voz, pero hay también razones para pensar que este papel es todavía demasiado pesado para su vocalidad de lírico-ligero. Se mostró algo incómodo durante la mayor parte de la representación y estuvo especialmente cauto en las cabalettas y los conjuntos, falto de heroísmo en las partes más dramáticas. Dibujó un Fernand desolado, con una melancolía monótona, tal vez más por necesidad que por virtud dramática. Sin embargo, regaló con generosidad todos los rasgos que le hacen ser uno de los mejores tenores de la actualidad: un canto legato a prueba de balas, gran variedad dinámica (aun a costa de la elegancia de la línea), un timbre cálido y bello, y un sobreagudo siempre fácil y brillante. La voz estaba aún algo fría en "Un ange, une femme inconnue", y es cierto que las constantes subidas sobre el pasaje suenan más excitantes en voces de mayor peso. En "Ange si pur" cantó el da capo en un bello y bien ligado pianissimo, aunque no encontró el tono sublime y etéreo de la pieza.