Siempre es difícil hacer frente a las altas expectativas. En los últimos 15 años Fidelio ha sido dirgido en el Teatro Real por dos de los mejores intérpretes contemporáneos para este título: Daniel Barenboim y Claudio Abbado. Harmut Haenchen, tras las extraordinarias representaciones Lady Macbeth de Mtsensk de Shostakovich y Lohengrin, de Wagner en el Teatro Real, parecía una buena opción para ponerse al frente de este gigante, pero resultó incapaz de inspirar a una orquesta que parece estar pasando por un crisis artística. El buen canto no pudo compensar la sensación general de pesimismo y la rutina se apoderó de la noche del estreno.
Fidelio es probablemente una de las partituras más hermosas del repertorio. Beethoven llevó el Clasicismo al extremo y lo sacudió con una revolucionaria, aunque siempre noble, ráfaga de humanismo romántico. Creó una sinfonía operística cuyo continuo musical representa toda la gama de sentimientos expresados en el libreto. Su moralidad, en blancos y negros, resulta casi tranquilizadora, y una chispa de optimismo radical se abre camino a través de la partitura y del libreto, incluso si uno no puede evitar simpatizar con el pobre Marzelline, el perdedor injusto de la trama.
Lamentablemente, ninguna de estas brillantes premisas inspiraron a Pier 'Alli, que mezcló en la puesta en escena minimalismo y vieja escuela para crear una producción que podríamos describir, en el mejor de los casos, como rentable. Estrenada en Valencia hace casi una década ha sido revivida en el Teatro Real en sustitución a un proyecto frustrado de La Fura dels Baus. Aunque ofrece un escenario horripilante y eficaz en el acto I, la falta de imaginación, una total ausencia de dirección escénica y un diseño cuestionable dificultan el desarrollo del drama. Los cantantes actuaron de forma instintiva, sin ningún código claro, y la entrada del coro en el Acto I, uno de los momentos más emotivos de la ópera, quedó arruinado por una gestualidad torpe y una disposición estática en el escenario. Visualmente, la escasez de elementos escénicos se compensa con proyecciones en 3D de mazmorras y muros, pero el resultado fue tan pobre que parecía salido del videojuego Resident Evil.
Musicalmente, la interpretación vino a confirmar una preocupante tendencia que se ha vuelto evidente: la orquesta parece incapaz de mantener el buen nivel logrado durante los últimos cinco años. El sonido no es tan rico, la calidad de la sección de viento se ha reducido notablemente y hasta las cuerdas tienen un timbre más seco y un color más pobre en comparación a como sonaban hace un año. Haenchen ofreció un concepto del estilo beethoveniano poco pulido y falto de elegancia, con transiciones bruscas, falta de control en las dinámicas y, en general, poca atención a los infinitos detalles de la partitura. Los tutti orquestales sonaron con demasiado volumen y desordenados, tanto que los solistas no consiguieron resaltar. Como anécdota, Haenchen decidió añadir el tercer y cuarto movimientos de la Quinta sinfonía de Beethoven a modo de interludio después de "O Namenlose Freude!".