El bel canto consiste en expresar emociones a través de un lenguaje altamente codificado basado en una compleja técnica vocal. Aunque Donizetti fue pionero en la introducción de una nueva lógica dramática en la ópera Romántica, la voz era para él el instrumento definitivo del teatro musical. El Teatro Real ha inaugurado su temporada con un ejemplo extremo de este tipo de ópera, Roberto Devereux, y ha confiado la tarea a una de las últimas representantes de una gloriosa escuela de canto, Mariella Devia. El resultado fue una vibrante noche de bel canto, subrayada por una producción proveniente de la Ópera de Gales.
Mariella Devia canta Elisabetta de la única forma en la que una soprano lírico-ligera podría abordar un papel escrito para una dramática de agilidad. Cada frase está estrictamente basada en una técnica desnuda: el timbre, que nunca fue especialmente suntuoso, se ha convertido en un afilado esqueleto, única forma de mantener su flexibilidad (impresiona cómo es capaz de mantener un control absoluto del instrumento a los 67 años). Esta adaptación consciente empobrece necesariamente el sonido en esa franja central donde una soprano dramática normalmente brilla. Así, algunas de las frases largas del terceto que cierra el Acto II o de "Quel sangue versato" sin duda carecieron de la necesaria autoridad sonora. También las notas más graves, cantadas en un valiente pero débil registro de pecho, no tuvieron el deseable impacto dramático. Devia fue sin embargo capaz de superar estas previsibles limitaciones para ofrecer una clase magistral de canto.
Empezó con un gélido "L'amor suo", donde el tempo ligero disipó la tierna nostalgia de la página, introduciendo así los primeros rasgos de su originalísima Elisabetta. La cabaletta fue por contra como un vendaval infantil, teñida de una impaciencia sádica por la llegada de Roberto. Sólo en el dúo se permitió frases de sincera ternura, especialmente en "Un tenero core", cantado con perfecto legato y cristalina media voz. Después de descubrir la infidelidad de Roberto en el Acto II, casi saboreaba la traición, haciendo que su contraataque se convirtiera en un soberbio ejercicio de poder, acerado por una agilidad siempre bien marcada y por agudos seguros y penetrantes. La última escena, con un recitativo íntimo, en un hilo de voz que demostraba su amor sincero por Sara, coronó una interpretación apabullante: legato infinito y perfecto control del vibrato en "Vivi ingrato" e insoportable intensidad conseguida con un fraseo meticuloso en "Quel sangue versato".
Era razonable esperar este nivel vocal de Devia, pero que fuera capaz de hacer una creación dramática tan sutil y original fue una verdadera sorpresa. Gracias al trabajo con el prometedor director de escena Alessandro Talevi, se mantuvo alejada de la tradición Romántica y dio vida a una oscura y extraña criatura, una temible y taimada araña que ha perdido su fuerza pero que aún gobierna con ardides: su trono era de hecho una araña de metal gigante, atrapada en su propia jaula claustrofóbica, muy bien diseñada por Madeleine Boyd y subrayada por la oscura iluminación de Matthew Haskins. La producción brilló sobre todo en la definición de los protagonistas a través de códigos gestuales bien diferenciados: Elisabetta como araña monstruosa, Nottingham masculino y violento, Sara timorata e inocente y Roberto extrovertido y heroico.