Barcelona, ciudad tradicionalmente considerada como "wagneriana", es desde ayer y hasta el próximo 23 de diciembre un poco más "straussiana", y es que se vivió una noche para recordar. La Elektra creada por el tristemente desaparecido Patrice Chéreau, estrenada en 2013 en el Festival D'Aix-en-Provence y coproducida por el MET, la Staatsoper Unter den Linden, la Scala y la Finnish National Opera, llegaba al Liceu en la que será su última parada con el elenco original, bajo la dirección escénica de Vincent Huguet como fiel repositor. Y el resultado fue brillante.
Elektra es un ciclón que absorbe al público de inmediato, tal vez por ello el pausado inicio de Chéreau, donde podemos ver a las sirvientas de palacio limpiando en un espacio neutro que nos invita a entrar, en silencio. Después de las cuatro notas en forte del motivo de Agamemnom con las que comienza la ópera, ya no hay opción de huir.
Evelyn Herlitzius fue la más aclamada de la noche, como merece su inmensa recreación del personaje más difícil de la obra de Richard Strauss. Su Elektra sin fisuras superó sin problemas el muro que la gigante orquestación straussiana precisa, ya desde el famoso "Allein! Weh, ganz allein!", y su interpretación dramática fue simplemente fantástica. Ni en los movimientos actorales menos favorables para la emisión: tumbada, de espaldas, reptando, etc., su voz perdió autoridad. Es justo pues enmarcarla ya entre las grandes. ¡Bravissima!
En la visión de Chéreau, las tres protagonistas de la obra igualan sus fuerzas desde sus respectivas vidas en torno a Agamemnom, y el habitual enfoque "distraído" de Chrysothemis, se convierte aquí en el de una hermana que intenta luchar por su libertad y su vida como mujer. Sabe del tormento de Elektra, pero también ella sufre. Adrianne Pieczonka, excelente conocedora de la obra de Strauss, está soberbia en su papel. Su voz ha ganado peso y su registro medio-agudo es potente, sin más adornos que su precioso timbre. Un lujo en un papel que lleva a una mayor altura.
Ver a Waltraud Meier en un escenario, es para muchos ver a la Isolda de los últimos decenios, pero también es ver a la Klytaemnestra de finales del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Es tanta la autoridad que desprende, que uno se olvida de que está cantando, y aunque su voz ya no posee la frescura de antaño, su composición dramática es tan sólida que no se le puede reprochar nada a la "matriarca de los Átridas". Chéreau dota de mayor humanidad y menos "histerismo" al personaje, factor que beneficia la visión freudiana de sus males. Su complicidad con Herlitzius, después de su monumental monólogo "Ich habe keine guten Nächte", fue magnífica y recibió una fantástica ovación como reconocimiento de su labor.