La Orchestre Révolutionnaire et Romantique y su fundador, Sir John Eliot Gardiner, pidiendo al público que se levantaran de sus asientos para poder así aplaudirles también como muestra de agradecimiento y cariño. Esta es la insólita imagen que da cuenta de lo que se ha gestado en la última semana en el Palau de la Música Catalana de Barcelona. ¿Se celebraba a Beethoven?, por supuesto; pero también fue una celebración de lo que es o debería ser un concierto de música clásica, o romántica o culta al fin y al cabo. La última jornada, siguiendo el orden cronológico de los opus sinfónicos del genio de Bonn, nos ofrecía en el programa la exquisita Sinfonía núm. 8 en fa mayor, Op.93 y la Sinfonía núm. 9 en re menor, Op.125.
Encontrar pareja de baile a la Novena es un ejercicio casi imposible, ya que casi cualquier otra composición queda, empequeñecida ante tan magna obra. Gardiner, en cambio, vistió con sus mejores galas a la Octava, una sinfonía de las menos interpretadas junto a sus otras compañeras pares, si exceptuamos tal vez la Pastoral. Estrenada en 1814, en ella Beethoven parece no querer olvidar de donde viene su música mostrando ecos de su amado Mozart y de la tradición sinfónica clásica que conforma una obra llena de talento, humor, ironía y savoir faire. Una sinfonía idiomática que Gardiner y sus huestes encararon con una energía envidiable. El conocimiento de la partitura por parte de todos y la madurez de Gardiner, además, nos aportaron matices muy interesantes. En Gardiner todo tiene un sentido teatral y narrativo dentro del discurso musical, y esto se notó en su interpretación. Tras este aperitivo de lujo el público agradeció la interpretación, empezando ya algunos bravos que preludiaban un final de fiesta apoteósico.
Si la vara de medir la excelencia de un conjunto orquestal fuera cómo de bien se interpreta la Novena sinfonía de Beethoven, la ORR de John Eliot Gardiner, atendiendo a la interpretación de la pasada velada, es, sin duda, sublime. Por originalidad en la propuesta desde el pódium, por el valor a la hora de la interpretación llena de contrastes dinámicos e intervenciones siempre delicadas con instrumentos de época y por su compromiso y complicidad en el escenario. Una versión que, si bien alejada de los actuales extremos a la hora de elegir los tempi, buscando en ocasiones una falsa originalidad, tuvo en cambio muchos quilates durante la hora y un suspiro que dura la obra. El inicio de la sinfonía ya preludia en muchos casos el carácter que el director dará al conjunto y Gardiner optó por un camino tan obvio como difícil: respeto reverencial a la partitura a través de un Allegro ma non troppo comedido, un Molto vivace lleno de energía, un Adagio Molto huyendo de los efectismos vacuos y un Finale con la intervención del extraordinario Monteverdi Choir, secundado como un guante por el Cor de Cambra del Palau en la Oda a la alegría de Schiller.