Un fuerte y rico ciclo emocional, con carácter ritualístico, invadió el marco de apertura de la segunda edición de “Atrium Musicae” (Cáceres), organizado por la Fundación Atrio Cáceres.
La primera parte estuvo dedicada a una selección de Música para el funeral de la reina María, de Purcell, donde el calado ritual fue vertebrado de diferentes formas. El oscuro peso funerario fue corroborado desde la precisión del equilibrio rítmico del coro y subrayado con la disposición circular del Coro de Cámara de Extremadura. A pesar de que la logística en el escenario no permitía apreciar la proyección vocal en todo momento, cada uno de los pasajes corales discurrió con homogeneidad. A esto contribuyó la dirección de Andrés Salado, basada en modular y destacar con suma delicadeza la naturalidad y flexibilidad entre los juegos sonoros del texto. La textura coral resultó más impactante al intercalarla con los pasajes solistas del viento-metal. Estos se unieron a la simbología atmosférica al permanecer ocultos. Decisión que resultó muy potente ante el magnífico nivel técnico del conjunto de vientos, lo cual, permitió una proyección armónica impecable por cada rincón del palacio de congresos cacereño. Así, la labor de imbricar un efecto sonoro opuesto a la poética lírica vocal resultó en un discurso basado en la persuasión sonora para alcanzar un denso halo de misticismo.
La segunda mitad se ocupó con el Réquiem de Mozart, y en la que se ejerció un perfecto de engranaje musical para transitar mesuradamente este poema universal a la vida y la muerte. El paso por cada estadio emocional se podía apreciar desde el tratamiento progresivo de todos los conjuntos sonoros participantes. En el caso de los tres primeros movimientos, se gestaba desde un compacto tutti frente a detalles individuales como mantener un justo tempo, marcadas voces graves, cuidadas dinámicas y robustos acentos en cada línea. Otro de estos detalles fue, desde las sensibles manos de Salado y la gran habilidad vocal del coro extremeño, las cristalinas lecturas en las secciones de líneas fugadas para materializar contrastes más ligeros frente a la orquesta. Aunque ese moldear emocional fue especialmente encomiable en la Sequentia. Fue impresa desde un fluir decidido ante la absoluta concentración del conjunto instrumental y vocal, lo cual, permitió marcar una flexibilidad expresiva en momentos polifónicos y deslizamientos cromáticos. En "Tuba mirum", la fluidez fue rematada con furor con el gustoso cantabile entre la soprano Mar Morán, la contralto Sandra Ferrández, el tenor Airam Hernández y el bajo David Menéndez.