Como cada año, la Orquesta Nacional de España dedica su formato "Carta Blanca" a un compositor vivo. En esta ocasión, el protagonismo ha sido para Arvo Pärt; una elección que confirma la intención de mantener la senda neotonal abierta el año pasado con John Adams. A menudo clasificado como un "minimalista sacro", Pärt es un genuino representante de la vanguardia neotonal; un neoton (si se me permite la boutade) cuya música aparece marcada por la fe crisitana que profesa desde los años setenta. La apuesta de la ONE parece confirmar la hegemonía que esta corriente estética está alcanzando a nivel internacional; no tanto en España, donde la mayor parte de los jóvenes compositores continúa realizando exploraciones espectrales o calculando fractales para crear sus obras.
El concierto con el que se abrió esta Carta Blanca estaba compuesto por dos partes muy distantes en el tiempo. La primera incluía Fratres y Tabula rasa, dos páginas bien conocidas del repertorio pärtiano que fueron compuestas al poco de iniciarse en el estilo tintinnabuli. Pärt continúa siendo fiel a esta técnica musical, creada por él mismo en 1976, y que da como resultado obras de una profunda quietud e introspección mística. Sin embargo, en los últimos años, la desnudez inicial parece haber cedido el paso a una mayor exuberancia tímbrica, rítmica y armónica, como pudo comprobarse en las obras más recientes del programa: Swansong. Littlemore Tractus y Como cierva sedienta.
Fratres se presentó en su versión para violín, orquesta de cuerda y percusión. En esta ocasión fue el director John Storgårds quien ejerció el papel de solista, y lo hizo desde el más profundo silencio, llevando al extremo de la perceptibilidad el complicado bariolage con el que se inicia la pieza. La orquesta secundó al solista, quien desplegó un sonido algo áspero que, sin embargo, resultó admirablemente seguro en los armónicos finales. Cabe señalar que el protagonismo adquirido por Storgårds en su doble papel de solista y director entró en contradicción con la austeridad que caracteriza a la obra de Pärt. Esta austeridad aparece también en Tabula rasa, obra de 1977 para dos violines, orquesta de cuerda y piano preparado. Los violinistas Joan Espina y Javier Gallego dejaron patente desde el inicio que, en contraste con la aparente simplicidad de la composición y su ritmo pausado, la música de Pärt es un genuino reto para el intérprete. La desnudez sonora de Tabula rasa deja en evidencia cualquier desajuste o desafinación, y ni los solistas ni la orquesta estuvieron tan precisos como requería la pieza. Mención aparte merece el piano preparado, que en la obra evoca el sonido de las campanas, y que fue amplificado para la ocasión. Dejando de lado la discusión sobre si era necesario o no amplificar este instrumento, es preciso señalar que la opción elegida, con altavoces a ambos lados del escenario, acabó por desvirtuar la relación entre el sonido y el espacio (el sonido del piano, situado a la izquierda del escenario, parecía provenir del lado derecho).