Ya mucho se ha hablado sobre el sonido monumental y la contundencia en el carácter que el maestro Gustavo Dudamel logra imprimir en las orquestas que dirige. Es casi una firma; una revolución en un mundo orquestal en general interesado por lo correcto y lo tradicional. Con estas armas, el icónico director de la Filarmónica de Los Ángeles, y a su vez aguerrido director musical de El Sistema de Orquestas Sinfónicas de Venezuela, entró en escena para dirigir el segundo Concierto Binacional, con la participacón de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela, la Orquesta Filarmónica de Bogotá, el Coro de la Ópera de Colombia, la Sociedad Coral Santa Cecilia y el Coro Filarmónico Juvenil.
Dos obras incidentales abrieron un concierto caracterizado por la contundencia y el derroche de energía; la Obertura Egmont que Beethoven compuso para una pieza teatral del mismo nombre y la suite de Libertador que Gustavo Dudamel creó para la película Libertador de Alberto Arvelo. Egmont fue radical. La masa orquestal y la correcta delineación de las ideas musicales lograron un sonido pulcro y vigoroso. La Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela y la Filarmónica de Bogotá interpretaron una obertura que quisiera repetir muchas veces. Las orquestas estuvieron acopladas, conectadas y concentradas. Dudamel arroyó con sus impulsos a una orquesta binacional que respondió atentamente a ellos.
Dudamel fue claro al decir que la suite de Libertador era sencilla. En los cinco números interpretados el pasado día 6 escuchamos largas líneas melódicas y extensos episodios de soporte que, con toda claridad, fueron construidos para acompañar un discurso de imágenes. No sobraría, sino todo lo contrario, creo que serviría mucho a la obra contar con ese apoyo visual. Las melodías de la flauta, el Miserere y la percusión sobresalen en esta obra. Los hermosos fragmentos de la flauta recrean un ambiente aborigen que Katherine Rivas logró construir a partir del juego de efectos y embocadura, y que imitan el resultado sonoro de las diversas flautas que el famoso flautista venezolano Pedro Eustache utilizó en la versión grabada. El Miserere, movimiento a capella, hizo de la sencillez una virtud; en él las voces se mezclaron y enfrentaron a partir de hermosas apoyaturas y retardos. La música que Dudamel compuso tiene bellas melodías, interesantes cambios de carácter y está muy bien orquestada, pero como pieza de concierto ofrece un impacto muy diferente al que seguramente logra como acompañante de las imágenes de la película.