El retorno de Yuja Wang al Festival de Santander tras su presencia hace tres años, ahora ya en solitario, nos brindó un recital prototípico no sólo de su pianismo, sino también de su ser como artista. Siguiendo la línea de recitales previos en Tanglewood y Edinburgo, Yuja ofrece un programa diferente en cada sala, no desvelado hasta el último momento, siempre breve pero complementado con un amplio despliegue de exigentes propinas. Estas se suceden a un ritmo vertiginoso en lo que es un asombroso muestrario de las capacidades sobrehumanas de la artista. En Santander batió todos los récords ofreciendo ¡doce propinas!; ocho habían sido en Edimburgo.
La parte formal del concierto se centró, como líneas conductoras, en el impresionismo francés y la música de Chopin. Abrió la noche Juegos de agua de Ravel que en manos de Wang se alineó con los iridiscentes juegos de agua “lisztianos” en la Villa d’Este, sin llegar por tanto a explotar la fascinante paleta de colores con la que Ravel evoca el mágico elemento. Asimismo, la Fantasía de Scriabin resultó un tanto crispada, sin que Wang ahondase en la poderosa expresión que, como en toda obra de este autor, debe indefectiblemente conducirnos al éxtasis. Tras este dubitativo arranque, el Debussy y Chopin fueron referenciales, combinando Wang su articulación milagrosa con sutilísimos cambios dinámicos. Disfrutamos de cinco Preludios de Debussy surtidos de pianissimos etéreos y de un manejo fluido y natural del ritmo. La forma en que Wang enfatizó la atmósfera de cada pieza fue clarividente. Fue Fuegos de artificio el momento culmen de un Debussy revivido en su máxima esencia.
Los Preludios fueron demarcados por dos reveladoras rarezas: la electrizante Toccata de Sancan y el sensual Preludio para la mano izquierda de Blumenfeld. Wang cerró el recital con las dos Baladas de Chopin, primera y última del ciclo, ambas tratadas de forma audaz en su dramatismo y melancolía, cristalinas en la línea melódica. Fueron un excelente ejemplo de la impecable madurez musical de Yuja Wang. Apenas había transcurrido una hora de música que debería dar paso a las esperadas propinas. Estas estaban sin embargo en el aire, pues a lo largo del recital, las constantes toses habían generado continuas expresiones de enfado de la artista, incluso una salida del escenario que se hizo eterna. Sin embargo, una Wang más relajada se embarcó en una maratón de encores, en la que evidenció su inmenso placer al hacer música, con un continuo musitar de labios que reflejaba una interiorización de la música tan profunda que le llevaba a tocar sin pausa, ajena al paso del tiempo.