Richard Taruskin, en un gesto amistoso con el reconocido musicólogo Nino Pirrotta, decidió rotular el capítulo inaugural del segundo volumen de su Oxford History of Western Music utilizando la siguiente fórmula: “Opera from Monteverdi to Monteverdi”. Razones no faltaban, porque el arco de 35 años que separa Orfeo (1607) de L’incoronazione di Poppea (1642) es, consideraciones biográficas al margen, un innegable retablo de revoluciones formales y temáticas.
Pues bien, lo mismo cabe afirmar con respecto al madrigal. Si en el ámbito operístico la progresión pivota sobre dicotomías como favola in musica-dramma musicale (u opera reggia), corte-teatro público o mitología-historia, en el género madrigalesco conviene señalar la transición entre la prima prattica y la seconda prattica, el ars perfecta polifónica y la monodia acompañada o el giro hacia los estilos rappresentativo y concitato. El marbete común no debe llamarnos a engaño: tanto el Primo Libro dei Madrigali a cinque voci (1587) como los Madrigali guerrieri, et amorosi con alcuni opuscoli in genere rappresentativo (1638) son madrigales (de igual manera que los 6 libros que median entre ambos y el póstumo Nono Libro dei Madrigali), pero encierran dos universos musicales completamente contrastados.
Lo saben Rinaldo Alessandrini y su Concerto Italiano (fundado por el director romano en 1984 y cuya dedicación e impronta en la interpretación del repertorio monteverdiano es referencia insoslayable) y así se evidenciaba en el planteamiento programático: un doble recorrido, en estricto orden de publicación (a excepción de E così a poc´a poco -SV 105; 1605-, para clausurar con tutti), por composiciones representativas del estilo de cada compilación.
La exégesis fue ascendente. El elenco vocal (Anna Simboli y Monica Piccinini, sopranos; Raffaele Giordani, Gianluca Ferrarini y Andrés Montilla, tenores; y Matteo Bellotto, bajo) se elevó sobre el acompañamiento de tiorbas (Ugo di Giovanni y Craig Marchitelli) y clave (Alessandrini), dando testimonio de la creciente complejidad armónica y emocional. El ejercicio se ajustaba, por tanto, a la consigna de Monteverdi en su trascendental disputa con Giovanni Maria Artusi: far che l’oratione sia padrona del armonia e non serva; es decir, privilegiar la expresividad y color del texto subordinando la música a la poesía.